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lunes, 11 de julio de 2022

TURISMO EN EL IMPERIO ROMANO

Texto de Fernando Lillo Redonet, doctor en Filología Clásica, catedrático de Instituto y autor de Hotel Roma. Turismo en el imperio romano (Confluencias, 2022)

Es evidente que el turismo de masas es un invento del siglo XX, pero en el Imperio romano existían desplazamientos que hoy podríamos calificar de turísticos. Los romanos viajaban, entre otras cosas, para descansar, para conocer destinos culturales, visitar reliquias y santuarios, recobrar la salud o acudir a eventos deportivos. Ciertamente las clases más acomodadas eran las que tenían más tiempo y posibilidades para ello. Sin embargo, tenemos testimonios de gente corriente que también se desplazaba y dejaba constancia de ello en inscripciones y grafitis. 

Columna y basílica del Foro de Trajano, uno de los espacios más fastuosos de la Roma imperial.

La Roma imperial era un hervidero de personas procedentes de todas partes animadas por diversas motivaciones. Una de ellas podía ser contemplar sus maravillas. Tal como el turista moderno queda extasiado ante la grandeza del Panteón, el enorme tamaño del Coliseo y del estadio de Domiciano (hoy Piazza Navona), el visitante antiguo admiraba estos lugares que entonces lucían en todo su esplendor. El foro de Trajano, del que conservamos su famosa columna y restos de su basílica, era uno de los lugares más bellos de la urbe en el siglo IV d. C. con una estatua ecuestre de Trajano que causaba admiración en el centro de la plaza. Pero Roma era también un lugar para abandonar cuando apretaba el calor o se quería reposar tranquilo lejos del tráfico, los ruidos y los malos olores de una urbe masificada. Los que podían se retiraban a una villa de recreo en las cercanías, buscando el fresco y el silencio. Los menos pudientes también poseían pequeñas fincas más modestas. 

Para los más viajeros existían paraísos cercanos como el golfo de Nápoles, que podríamos considerar la Costa Azul de los romanos. Allí se emplazaban lujosas villas, establecimientos balnearios de aguas salutíferas y lagos para paseos en barca que hacían las delicias de los visitantes y eran el blanco de las críticas de los moralistas. Como souvenir de tan hermoso lugar los más ricos se llevaban botellas de cristal que contenían grabados con las vistas de los atractivos de la zona. Más al sur Sicilia tenía no solo atractivos culturales, sino también naturales. A la belleza de Siracusa con sus misteriosas latomías, una cantera convertida en cárcel que aún hoy es objeto de visita, o la fuente Aretusa, un manantial de agua dulce que se decía corría bajo el mar desde Grecia, se añadía la visita al volcán Etna y a los lagos Palicos, dos géiseres de los que todavía nos queda uno. 

Grecia era un destino cultural de primer orden. Los aristócratas romanos que podían permitírselo ampliaban allí sus estudios con los mejores maestros de retóricas como hicieron Cicerón y Julio César. El general Paulo Emilio en el 168 a. C. realizó una visita política y cultural que constituye un verdadero tour: Atenas, Delfos, Corinto, Olimpia…

Templo de Lindos en la isla de Rodas que fue en la Antigüedad un verdadero museo de reliquias mitológicas.

Todavía más lejos, Egipto constituía el destino exótico por excelencia con grandes atractivos turísticos que se ofrecían al visitante ilustre y a la gente corriente. Usualmente se comenzaba por Alejandría, con su puerto muy bien comunicado con Roma y el famoso faro, una de las siete maravillas del mundo. Luego se bajaba hasta las pirámides y la esfinge donde los turistas dejaban inscripciones y grafitis como memoria de su paso. No faltaban los espectáculos para turistas como el ofrecido en las pirámides por gente de una población cercana que subía por ellas hasta la cima con gran habilidad o el cocodrilo sagrado de Cocodrilópolis al que se le ofrecían dulces, vino y frutas. Los famosos Colosos de Memnón era visitados por los turistas romanos, sobre todo uno de ellos, el situado al norte, porque se creía que era la estatua de Memnón, hijo de la Aurora. El atractivo del lugar era que al amanecer se podía escuchar la voz de Memnón. La estatua emitía un sonido extraño producido por la dilatación por el calor o por el viento entre las rendijas. Si uno lo oía, dejaba constancia escrita de ello en inscripciones que todavía pueden verse en los pies y piernas del coloso. El propio emperador Adriano acudió al lugar y no solo escucho la voz de Memnón, sino que lo hizo tres veces. En la actualidad se visitan las tumbas del Valle de los Reyes. También se hacía con algunas en la Antigüedad e incluso una se creía que era la del legendario Memnón. Les llamaban “siringes”, galerías, por su forma, y los turistas, acompañados por un guía a la luz de las antorchas, escuchaban extasiados las explicaciones sobre las pinturas y los misteriosos jeroglíficos. Luego algunos dejaban en las paredes expresiones de admiración sobre la maravilla que habían visto. Como última etapa, la isla de File, sede de un santuario de Isis, era un destino frecuentado por peregrinos que iban en busca de buena suerte, salud, riqueza y larga vida. 

Uno de los Colosos de Memnón identificado en la Antigüedad              
 con el personaje mitológico del mismo nombre.

El turismo cultural incluía la visita a reliquias mitológicas que estaban custodiadas en los templos, verdaderos museos de la época. En Sición, cerca de Corinto, el templo de Apolo albergaba la tela de Penélope y la clámide y coraza de Ulises, entre otros tesoros. En Lindos (Rodas) el templo de Atenea custodiaba los brazaletes de Helena de Troya y armas de Hércules. Un templo de Metaponto tenía las herramientas con las que Epeo había construido el caballo de Troya. 

Con la llegada del cristianismo comenzaron las peregrinaciones, bien a Roma para visitar las basílicas de san Pedro y san Pablo y los restos de los primeros mártires, bien a Tierra Santa para visitar los Santos Lugares. En el último caso tenemos el precioso testimonio de Egeria, una mujer del siglo IV d. C., que dejó escrito su viaje, el primero que tenemos de manos de una mujer, mostrando las hondas impresiones que le causaban los lugares y paisajes. 

   El proceso de curación por “incubación”.
Relieve del santuario de Anfiarao en Oropo.
Museo Arqueológico de Atenas
Además del turismo cultural, abundaba el de salud. Los santuarios de aguas salutíferas estaban llenos de peregrinos que buscaban recuperarse. Al final, si lo conseguían, dejaban un exvoto o un ara que certificara que las divinidades asociadas a las aguas habían sido propicias. Los santuarios de Asclepio (Esculapio), dios de la medicina, como los de Epidauro, Cos o Pérgamo acogían a multitud de personas, a veces venidas de lugares muy lejanos. Los peregrinos dormían en un pórtico y el dios se les aparecía en sueños curándolos o dictándoles un remedio. Algunos, como el de Pérgamo, eran verdaderos complejos de salud incluyendo una biblioteca, un teatro, templos, fuentes y edificios para técnicas curativas. También aquí un   exvoto era la prueba de la salud recuperada y había también inscripciones que contaban historias de los “milagros” ocurridos en ellos. En Epidauro a un hombre calvo le había crecido el pelo tras dormir en el santuario porque el dios le había frotado la cabeza con un ungüento; otro, que era de naturaleza débil, se había curado y como prueba había transportado una gran piedra hasta el santuario que todos podían contemplar in situ.

Por último, el turismo deportivo era un fenómeno ya conocido en la Antigüedad. Infinidad de gente acudía al santuario de Olimpia para contemplar cada cuatro años los Juegos Olímpicos y también había muchos fans que se desplazaban para ver juegos de gladiadores en las localidades vecinas.

Fuera rico o del montón, el turista romano tenía muchos motivos para viajar y volver distinto a su lugar de origen. Y como puede deducirse de lo expuesto, estas motivaciones siguen en gran medida presentes en nuestro tiempo con algunos cambios. No hay duda de que seguimos siendo muy romanos en nuestros gustos turísticos. 

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jueves, 7 de julio de 2022

"LOS ANTIGUOS ESLAVOS". LOS GRANDES DESCONOCIDOS DE LA HISTORIA EUROPEA. BREVE RESEÑA.


Los eslavos son el pueblo más numeroso de Europa en el presente y sin embargo su historia es  desconocida en Occidente, especialmente su historia antigua. Es por ello que obras como "Los antiguos eslavos" de la profesora Susana Torres Prieto publicado por la editorial Síntesis en su colección "Temas de Historia Antigua" adquieran una importancia especial al darnos a conocer el pasado de este pueblo que dio lugar, con el paso de los siglos al nacimiento de muchos de los países que componen el mosaico europeo. 

En la obra se nos tratan de explicar las diferencias culturales, políticas y religiosas entre Europa Oriental y Occidental y de la aportación de los eslavos a la historia europea en la Edad Media, acabando por construir un mundo mucho más próximo al occidental del que podríamos imaginar.

No son fuentes lo que nos falta sobre los eslavos, estas son numerosas y de procedencia variada por ejemplo las bizantinas como Procopio que escribió que los eslavos "pelean a pie, avanzando sobre el enemigo, llevando en sus manos pequeños escudos y lanzas, pero nunca llevan armadura". El Strategikon dice que los eslavos “Están armados con lanzas cortas, cada uno lleva dos, uno de ellos con un gran escudo”.

El armamento de los primeros eslavos consistía en tres jabalinas o lanzas cortas, y también algún cuchillo o un hacha, ondas y arcos similares a las utilizadas por los nómadas de la estepa.Con el paso del tiempo en su avance hacia el oeste evolucionan y ya durante los siglos VI y VII y cada guerrero lleva a la batalla su propio escudo, espadas y las primeras protecciones, en muchos casos capturadas a sus rivales..



Procopio escribió que los eslavos «pelean a pie, avanzando sobre el enemigo, llevando en sus manos pequeños escudos y lanzas, pero nunca llevan armadura«. El Strategikon dice que los eslavos “Están armados con lanzas cortas, cada uno lleva dos, uno de ellos con un gran escudo”.





Ahora hablemos de la autora: Susana Torres Prieto, ha desarrollado su carrera académica como docente e investigadora en la áreas de Estudios Medievales y Eslavos. Es especialista en la literatura y cultura de Rusia desde la Edad media hasta nuestros días, así como en los medios y contextos de transmisión del conocimiento. Ha sido profesora en diferentes universidades españolas y extranjeras y, miembro de varios equipos de investigación internacionales y directora del suyo propio, es en la actualidad Investigadora de la Cátedra de Management Fundación Bancaria ‘La Caixa’. Es asimismo miembro de varias sociedades científicas internacionales.

La obra comienza con las primeras noticias que las fuentes que el imperio romano nos ofrece sobre los eslavos en el siglo VI, aunque no serán ni mucho menos las únicas. También se tratan las francas y carolinas, las del clero alemán, las que dan los viajeros árabes, la evidencia lingüística y la arqueológica, etc. Es en este aspecto una obra de fuertes y sólidos pilares académicos pero que no pierde la amenidad en la narración, siendo accesible para casi todos los públicos.

La obra hace un barrido histórico muy completo abarcando desde su llagada desde el Este y sus relaciones con Constantinopla. Nos habla de los primeros estados eslavos, de su relación con los ávaros, de la Confederación del Samo, de la gran Moravia, del primer Imperio Búlgaro, de los enclaves de los rus, del paso del paganismo al cristianismo, de como les afectó la llegada de los nuevos invasores desde el Este: la Horda de Oro primero y los otomanos, después, de los países, etc

Me ha gustado especialmente, y esto no es una cosa corriente que se pueda ver mucho en los ensayos históricos, la inserción de algunos textos traducidos de esas fuentes, antes mencionadas, al final de la obra. Su lectura permitirá al lector curioso llegar a sus propias conclusiones sobre numerosos aspectos y detalles con ellos relacionados.

 Para concluir no nos queda más que recomendar "Los antiguos eslavos" como un libro imprescindible y muy valioso que nos permite dedicar una tranquila mirada a un pueblo que compone hoy más de la mitad de la Unión Europea y que apenas conocemos y que viene a cubrir las carencias que sobre este pueblo existen en la bibliografía en castellano.

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martes, 5 de julio de 2022

LA ERUPCIÓN DEL VESUBIO DEL 79 TUVO LUGAR EN OCTUBRE. NUEVA CONFIRMACIÓN

 La erupción de Vesubio del 79 d.C. tuvo lugar en octubre

Un texto de Maribel Velasco.

Se confirma que la terrible erupción del Vesubio del 79 d.C. no se produjo entre el 24 y el 25 de agosto, como se pensaba, sino entre el 24 y el 25 de octubre. Así lo indica la investigación multidisciplinar e internacional liderada por Italia y que se ha publicado en la revista Earth-Science Reviews. 

 


El trabajo examina diferentes aspectos de la erupción del 79 d.C., integrando datos históricos, estratigráficos, sedimentológicos, petrológicos, geofísicos, paleoclimáticos y de modelado de los procesos magmáticos y eruptivos de uno de los sucesos más famosos y devastadores que han afectado la zona volcánica. El artículo parte de la redefinición de la fecha de la erupción, que habría ocurrido en el otoño del 79 d.C. y no el 24 agosto, como se suponía en el pasado, y continúa con el análisis vulcanológico de sitios cercanos al volcán y luego progresivamente trasladados hasta miles de kilómetros de distancia, donde se encontraron rastros de la erupción en forma de finas cenizas.

 


Distribución de la ceniza en el Mediterráneo durante la erupción del 79 d.C.

El estudio "La erupción del Vesubio en el año 79 EC: una lección del pasado y la necesidad de un enfoque multidisciplinar para el desarrollo de la vulcanología” fue realizado por el Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología (Ingv) en colaboración con el Instituto de Geología Ambiental y Geoingeniería del Consejo Nacional de Investigaciones (Igag-Cnr), el Centro Interdepartamental para el Estudio de los Efectos del Cambio Climático (Cirsec) y el Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Pisa, el Laboratoire Magmas et Volcans de Clermont-Ferrand (Lmv) en Francia y la Escuela de Ingeniería y Ciencias Físicas (Eps) de la Universidad Heriot-Watt de Edimburgo en el Reino Unido. La investigación se realizó en el contexto del proyecto de investigación 'Pianeta Dinamico' financiado por el Ingv.

Tras casi 2.000 años, las investigaciones de campo, análisis de laboratorio y relectura de fuentes históricas han permitido establecer que la erupción se produjo en 8 fases y reconstruirlas. La primera, por ejemplo, muy violenta, levantó una columna de hasta 8 kilómetros de altura que esparció el material piroclástico en zonas cercanas. Las cenizas cayeron hasta Grecia y la caldera, al colapsar, generó otros fenómenos como el desplazamiento de flujos piroclásticos de alta densidad y coladas de fango volcánico.

La reconstrucción, la más detallada hasta ahora, abre el camino a nuevos frentes de investigación sobre eventos similares. 


Desde el siglo XIII, la fecha del 24 de agosto ha sido objeto de debate entre historiadores, y posteriormente también entre arqueólogos y geólogos, pero resulta inconsistente por muchas evidencias. Por ejemplo, quedaban como interrogantes los hallazgos de frutos típicamente otoñales, las gruesas túnicas que vestían los habitantes o el vino almacenado ya en las dolia (tinajas) que no concordaban con la fecha del 24-25 de agosto. La pista más importante sobre la inexactitud de la fecha surgió en 2018 con el descubrimiento de una inscripción en el muro del atrio de la llamada “Casa con Jardín” de Pompeya, durante las excavaciones que se realizaban en la Regio V, en donde se lee: XVI (ante) K(alendas) Nov(embres) in[d]ulsit pro masumis esurit[ioni], “el decimosexto día antes de las calendas de noviembre se entregó una gran cantidad de comida”. La escritura realizada a carboncillo, frágil y evanescente, no hubiera podido durar mucho tiempo, lo que indica que fue hecha unos días antes de la erupción y que esta, ciertamente, ocurrió después del 17 de octubre.

 

Grafito en la pared de la Casa con Jardín.         

La teoría de la erupción del 24 de agosto proviene del único relato de un testigo ocular del suceso, descrito por Plinio el Joven en dos cartas a Tácito muchos años después. El escritor romano, entonces de 17 años, observó la erupción a unos 30 kilómetros en el cabo Miseno, al otro lado del golfo de Nápoles. En una de las cartas, Plinio el Joven especificó la fecha de la erupción, pero lo hizo "a la romana": Non[um] Kal[endas] septembres, "nueve días antes de las calendas de septiembre". Por "calendas" se entendía el primer día de cada mes en el calendario romano, por tanto, las calendas de septiembre eran el 1 de septiembre, y retrocediendo nueve días llegamos efectivamente al 24 de agosto. Es preciso tener en cuenta que los romanos contaban todos los días, tanto el inicial como el final.

Las cartas originales de Plinio el Joven no se conservan, solo sus copias realizadas durante la Edad Media por amanuenses y que hoy se guardan en algunas bibliotecas, como la vaticana, donde en el folio 87 del códice Laurenciano Mediceo, de 1498, se lee, precisamente, la fecha del 24 de agosto. En la quietud de los monasterios, durante generaciones, los monjes transcribían a mano innumerables obras de autores antiguos, salvando así un patrimonio extraordinario a lo largo de los siglos. Pero, como es natural, en ocasiones cometían errores de transcripción. 

La Biblioteca Girolamini de Nápoles alberga cerca de 170.00 obras, entre las que se encuentran numerosos manuscritos, 120 incunables, 5.000 cinquecentinas y unas 6.500 composiciones musicales del siglo XIV al XIX. Entre todos esos volúmenes antiguos, hay uno realmente hermoso, el códice Oratorianus, que data de 1501. En él también se pueden leer las palabras de Plinio el Joven en otra copia, pero… la fecha es diferente. No se mencionan las calendas de septiembre, ¡sino las calendas de noviembre! El texto es claro: … Kl. Nove(m)bris… 

¿Qué había pasado? Pues que se hicieron copias de las copias e, indudablemente, con el tiempo se irían añadiendo errores aleatorios en los textos, a veces incluso en la fecha de la erupción. De hecho, existen hasta tres grandes familias de copias. De los ejemplares de los que se disponían, los estudiosos confiaron en el más antiguo, que teóricamente estaría libre de errores. Por eso, durante generaciones y siglos se ha considerado válida la fecha del 24 al 25 de agosto como la de la erupción, y escuelas enteras de eruditos la han tomado como referencia. Pero, evidentemente, ya era el resultado de un error de los escribas con respecto a la fecha original indicada por Plinio el Joven.


Fuentes:

I tre giorni di Pompei. Angela Alberto (2016)

rainews.it

ansa.it

ilfattostorico.com

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domingo, 3 de julio de 2022

LA BARBA EN LA ANTIGUA ROMA. MUCHO MÁS QUE UNA OPCIÓN ESTÉTICA.

Una colaboración de Iván La Cioppa

En el imaginario colectivo, siempre imaginamos al antiguo romano con el pelo corto y el rostro afeitado. Bueno, pues no fue siempre así. Al principio, durante la época más antigua, los romanos portaban una barba de longitud mediana, al estilo etrusco, según confirman varias fuentes.

Varrón, en su «De re rustica» (II, 11, 10), hace referencia a estatuas masculinas de largas barbas que denotan la antigüedad de las obras.

Tito Livio nos cuenta que, durante el saqueo de Roma en el 387 a.C., uno de los galos invasores tiró de la barba al senador Marco Papirio.


También en la onomástica tenemos referencias a la barba. Basta con pensar en la familia Domicio Enobarbo, así llamada aludiendo a su característica barba rojiza: familia de la que formaba parte el emperador Nerón, nacido como Lucio Domicio Enobarbo.

Otro ejemplo ligado al nombre fue Escipión Barbato, abuelo de Escipión el Africano quien, diferenciándose de su antepasado, según Plinio el Viejo («Naturalis Historia», VII, 211) introdujo una auténtica revolución en la moda de la época, luciendo siempre un afeitado impecable. Muchos comenzaron a seguir el ejemplo de este héroe y gran líder, y uno de ellos fue su ilustre sobrino Escipión Emiliano: éste lucía un rostro lampiño incluso durante un juicio, donde, según la costumbre, el acusado se presentaba con una barba descuidada como un signo de contrición por la falsedad de los cargos.

Pronto, por tanto, la barba se dejó de lado hasta ser considerada un signo distintivo de los bárbaros. Los Escipiones, por ejemplo, exhibían sus lisas mejillas comparándose con los barbudos cartagineses, contra los que luchaban.

Esta tradición se observa por ejemplo en una moneda del siglo I con la efigie de Marco Claudio Marcelo, conquistador de Sicilia, el primero en ser retratado sin barba.

Debido a esta moda, se instauró el ritual de la «Depositio Barbae», con el que todo joven romano, a quien Cicerón llamaba «iuvenis barbatulus», se afeitaba por primera vez y ofrecía a los dioses su primera barba, llamada «vel lanugo», encerrada en un píxide. La ceremonia solía tener lugar alrededor de los 21 años de edad, como lo demuestra el epitafio del joven Laetilio Gallo, fallecido poco antes de esta edad.



"Llevaba una barba sin afeitar cuando me enfrenté a mi muerte".  Augusto fue una excepción a la regla, según Dion Casio, porque realizó su ritual a la edad de 25 años, muy posiblemente porque padecía de escaso crecimiento del vello facial. Sin embargo, Suetonio afirma que, en la vejez, al enterarse de la masacre de Teutoburgo, de la desesperación, se dejó crecer la barba y el pelo en señal de luto.

En cuanto a la «Depositio Barbae», es curiosa la anécdota del emperador Claudio que, debido a la falta de consideración y desprecio que le tenía su propia familia, celebró su ritual a medianoche y escondido en un palanquín en el Capitolio.

La moda del rostro sin vello hizo la fortuna de los «tonsores» (barberos), traídos por primera vez de Sicilia a Roma por Publio Ticino Menea en el 299 a.C.

Los ricos podían beneficiarse de «tonsores» personales, a menudo de verdaderos artistas como el de Augusto y el de Marcial, famosos por la delicadeza y precisión de su toque.

Los menos pudientes, en cambio, debían contentarse con las «tonstrinae», que eran barberías públicas. Lamentablemente, la navaja utilizada para el afeitado era muy rudimentaria: consistía en una media luna de bronce o hierro afilada en piedras que a menudo perdían el filo. No se utilizaban ungüentos ni nada que suavizara la piel, como mucho se humedecía un poco el rostro con agua fresca. De forma que los cortes y excoriaciones como consecuencia del afeitado se volvieron muy comunes.

Navaja romana

En este tema, los versos de Marcial son ejemplares:

"Las estigmas que tengo en mi barbilla son tantas como ostenta el  hocico de un boxeador jubilado, y no me las hizo mi mujer, loca de furor, con sus uñas, sino el brazo perverso de Antíoco y su maldita cuchilla".

Precisamente por eso los militares, enzarzados en marchas y batallas, no solían afeitarse, y preferían portar una barba corta y ordenada que cuidaban con unas tijeras, menos peligrosas que la navaja. De esta forma, evitaban ir a la batalla ya heridos por haberse afeitado y también gozaban de una protección adicional contra el frío que, además, hacía que la piel  se volviera aún más seca y menos propensa al afeitado.                                                                         

Algunas fuentes informan, sin embargo, que los legionarios de César se afeitaban puntualmente pero sólo para seguir el ejemplo de su carismático comandante. Así que no era una regla definitiva.

Generalmente se cree que Adriano restauró la moda de la barba, debido a su pasión por la filosofía griega.

Sin embargo, sabemos que Nerón ya lucía una barba corta que se unía a las patillas por debajo del mentón. No se sabe si su elección estuvo ligada a su pasión por la filosofía griega o al deseo de evitar las cicatrices del «tonsor».

Además, en algunas escenas de la Columna de Trajano, podemos ver legionarios con barba corta que confirman esta costumbre incluso antes del advenimiento de Adriano.

Legionarios con barba en la columna de Trajano.

Afeitarse más tarde volvió a estar de moda con Constantino y sus sucesores. La única excepción fue su sobrino Juliano que, yendo a contracorriente, luce su barba al estilo de los filósofos griegos. Por ello fue duramente criticado por los cristianos de Antioquía que consideraban su barba pasada de moda, además de un símbolo de paganismo. Juliano respondió a estas invectivas escribiendo una obra satírica titulada «Misopògon» (Μισοπώγων), el enemigo de la barba.

Paradójicamente, los propios cristianos llevaban barba, eso sí, siguiendo ejemplos totalmente distintos.

Juliano el Apóstata presidiendo una conferencia de sectarios, por Edward Armitage (1875).

Podemos afirmar sin lugar a duda que, a lo largo de los siglos, llevar o no barba siempre ha tenido un significado muy concreto, ya sea espiritual, político o social.

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