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lunes, 26 de junio de 2017

Ensayo sobre la belleza de Cleopatra VII Filopátor Nea Thea o sencillamente: Cleopatra

Cleopatra VII Filopátor Nea Thea o sencillamente: Cleopatra.

Escrito por José Barroso. Autor de Ocaso de Alejandría y La caída de la República.

Una de las figuras más atractivas, sugestivas e hipnóticas de la historia. Sedujo a los hombres más poderosos de su tiempo y a cientos de generaciones futuras. Su leyenda ha llegado intacta hasta nuestros días y sigue siendo un referente de refinamiento y belleza. ¿Pero era tan bella realmente? ¿Qué pruebas tenemos sobre su verdadero aspecto físico? ¿Qué hay de cierto en la corriente que dice que en realidad no era agraciada físicamente?

Ensayo sobre la belleza (de Cleopatra).
No son pocas las mujeres que han pasado a la historia por su extraordinaria belleza, Nefertiti, la Reina de Saba, Helena de Troya, Friné… Las que consiguieron unir a su aspecto físico la sabiduría como gobernantes, la inteligencia y el coraje de sobresalir en un mundo de hombres no son muchas. Pero si hay una figura que ha quedado por encima de ese reducido grupo, esa es Cleopatra.
La reina del Nilo es una fuente inagotable para el cine y la literatura universal. Siempre representada por actrices de belleza sobresaliente —decían de Liz Taylor que era la actriz más bella de su generación— y pocos son los autores que no se detienen a recrearse en su mítico aspecto físico.
Vamos a intentar desentrañar cuánto hay de cierto y cuanto de mito en la belleza de Cleopatra.
Las Hipótesis:
1ª- Era bellísima.
La más aceptada por el público en general y la idea que reside en el imaginario popular. Una mujer de formas apetecibles y rostro sereno y agraciado. Alguien que deslumbraba por su belleza y que incluso destacaría si nos cruzásemos con ella hoy en día en cualquier esquina. A todo ello sería justo añadir la erótica del poder que irradia su figura pero, en cualquier caso, alguien ante quien los hombres caían rendidos.

2ª- No era agraciada físicamente.
Una hipótesis que ha ganado fuerza en los últimos treinta años tras el descubrimiento de una serie de monedas con su efigie en distintas partes del mundo. Dado que no se le da credibilidad prácticamente a ninguno de sus bustos, estas monedas representan las únicas imágenes que tenemos de la reina del Nilo.

3ª- Era bella según los cánones de belleza de su época.
Y dichos cánones han sufrido numerosos cambios a lo largo de los siglos. Mujeres que fueron consideradas bellísimas en su tiempo, como Maria Antonieta, Lucrecia Borgia o Aldonza de Ivorra, difícilmente tendrían cabida en las revista de moda de hoy en día. Los cánones de belleza han cambiado y mucho en veinte siglos pero ¿Han cambiado tanto como para volver a los parámetros de hace dos mil años?
Los Hechos:
Cleopatra fue la séptima reina egipcia de su nombre. Perteneció a la última dinastía que gobernó Egipto como país independiente antes de convertirse en provincia de Roma, los Ptolomeos. Y como primer dato importante hay que decir que los Ptolomeos no eran egipcios, eran Griegos Macedónicos. No había una sola gota de sangre egipcia en Cleopatra y por lo tanto debemos alejar su imagen del icónico busto de Nefertiti, al que si damos veracidad histórica dado que su esposo, Akenaton, prohibió las representaciones irreales de la familia faraónica. Las esculturas, pinturas y bustos de Nefertiti, el propio Akenaton, Tutankamon y otros miembros de su familia, representan de forma fiel su aspecto físico y la imagen de la reina es sorprendentemente cercana al canon de belleza actual.  Es una mujer morena, delgada, de cuello estilizado, pómulos marcados y labios carnosos. Por desgracia no pudo ser una antepasada lejana de la reina objeto de estudio hoy.



Cleopatra accedió al trono en el año 51 antes de nuestra era. Fue una gobernante cuya principal preocupación fue mantenerse en el poder entre las insidias de una corte ciertamente hostil y la sombra de Roma, que amenazaba con anexionar los territorios de Egipto.
Para ello hizo uso de todas las armas que tenía a su alcance, y desde luego una de ellas fue su presencia y su aspecto físico.
Plutarco dice sobre Cleopatra:
Se pretende que su belleza, considerada en sí misma, no era tan incomparable como para causar asombro y admiración, pero su trato era tal, que resultaba imposible resistirse. Los encantos de su figura, secundados por las gentilezas de su conversación y por todas las gracias que se desprenden de una feliz personalidad, dejaban en la mente un aguijón que penetraba hasta lo más vivo. Poseía una voluptuosidad infinita al hablar, y tanta dulzura y armonía en el son de su voz que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas que manejaba fácilmente y del que extraía, como bien le convenía, los más delicados matices del lenguaje"
Plutarco. Vidas. Paralelas. Marco Antonio. XXVII.
"Platón reconoce cuatro tipos de halagos, pero ella tenía mil."
Plutarco. Vidas Paralelas. Marco Antonio. XXIX.
Y sobre el momento en que Cleopatra y Marco Antonio se conocieron:
Éste iba a verle en aquella edad en que la belleza de las mujeres está en todo su esplendor y la penetración en su mayor fuerza.”
Plutarco. Vidas Paralelas. Marco Antonio. XXV.
Dion Casio dice sobre ella:
Su irresistible forma de hablar parecía que conquistara a su interlocutor”
Dion Casio. Historia de Roma. Libros XLVI-XLIX.
Sobre su intelecto nos cuenta Plutarco:
Respondía por sí misma, como a los Etíopes, Trogloditas, Hebreos, Árabes, Sirios, Medos y Partos. Dícese que había aprendido otras muchas lenguas cuando los que la habían precedido en el reino ni siquiera se habían dedicado a aprender la egipcia, y algunos aun a la macedonia habían dado de mano.”
Plutarco. Vidas Paralelas. Marco Antonio. XXVII.
Suetonio sobre la relación de Julio César y Cleopatra:
“Pero a la que más amó fue a Cleopatra, con la que frecuentemente prolongó festines hasta la nueva aurora”
Suetonio. Vida de los Doce Césares. Julio César. LII.



De los relatos clásicos, aun dudando de Dion Casio, que escribiría 250 años de la muerte de Cleopatra, podemos deducir que destacaba más por su intelecto, su personalidad arrolladora y su cultura que por su físico. Aunque desde luego era agraciada.
Por increíble que parezca, dada la extensa literatura sobre Cleopatra, son muy pocos más los autores clásicos a los que podemos recurrir para hacernos una idea de la imagen de la reina del Nilo. Posteriormente Horacio, Virgilio, Flavio Josefo, Apiano o Plinio, mencionaran a Cleopatra en sus escritos en varias ocasiones pero siempre centrados en su debilidades —o directamente vicios— y casi siempre infligiendo duros ataques contra su personalidad, arrogancia, voracidad sexual o derroches económicos. Hay que aclarar que todos estos autores pretenden congraciarse con el poder dominante en el Mediterráneo, personificado en Octavio Augusto y sus posteriores sucesores. Fue el propio Octavio el que declaró la guerra a Cleopatra y a su ya esposo Marco Antonio y por lo tanto el que fomentó buena parte de su leyenda negra.
Así, autores como Plinio “el viejo” que nació cincuenta años después de morir Cleopatra, nos relata el famoso pasaje de la disolución de las perlas en vinagre que, aunque químicamente podría ser cierto, se convierte en despropósito tal y como nos lo cuenta el historiador. La historia solo pretende dar una imagen de una Cleopatra derrochadora, caprichosa, infantil e indolente, y para ello Plinio no duda en alterar la realidad a su antojo.
Plinio “el viejo”. Historia Universal. Capítulo LVIII.
Los ataques de Flavio Josefo que vivió entre los años 37 y 100 de nuestra era, también son muy duros y centrados en la voracidad sexual de Cleopatra. Cabe decir que Josefo era judío y la enemistad de la reina del Nilo con Judea y sus gobernantes fue manifiesta, sobre todo con Herodes por las reservas de betún de las que gozaba la zona.
Flavio Josefo. Antigüedades Judías. Tomo II.
Para poder concluir con el aspecto físico de la reina según los autores clásicos, no debemos obviar a Cicerón. El filósofo y Cleopatra se conocieron personalmente durante la estancia en Roma de la reina y precisamente a este encuentro debemos las obras completas de Cicerón que han llegado hasta nuestros días. Cleopatra encargó al filósofo una compilación de sus obras y discursos para la biblioteca de Alejandría. Sin embargo, tras el asesinato de Julio César, Cleopatra abandonó precipitadamente Roma y no se llevó aquella cuidada compilación consigo. La obra quedó depositada en las bibliotecas de Roma y sobrevivió a las sucesivas destrucciones de la Biblioteca de Alejandría. Hay una frase atribuida a Cicerón —aunque imposible de contextualizar o verificar— que dice: “si tuviese otra nariz, habría conquistado el mundo”. En realidad, esta frase constituye la única mención a la nariz de Cleopatra y, conociendo el carácter teatral de Cicerón, bien podía referirse al instinto, al olfato, de la reina para elegir a sus partidarios. Muerto Julio César, la reina podía haber confraternizado tanto con Marco Antonio como con Octavio Augusto y la historia hubiese sido muy distinta de haber elegido al segundo. Además Octavio era de edad similar y mucho más influenciable que el curtido y experimentado Marco Antonio, por el que acabaría decantándose Cleopatra. Es solo una interpretación, pero dado que no hay otras fuentes, no debemos dar por sentado que la nariz de la reina era prominente o simplemente desproporcionada para con el resto de su rostro.
Son varias las esculturas que quieren representar a la reina del Nilo aunque dudamos de la veracidad de todas ellas y diversas pruebas han demostrado que su confección es posterior a la vida de Cleopatra. Aunque si nos han llegado algunas monedas con su efigie, en ella podemos ver a una mujer con una tiara, pelo rizado, labios carnosos, ojos muy grandes y cuello estilizado aunque con cierta corpulencia. Se deja adivinar una barbilla prominente y unas formas proporcionadas. Si bien es cierto que de todo ello tampoco podemos sacar una opinión inamovible. No hay más que ver la absolutamente irreconocible efigie de la reina Letizia en las monedas conmemorativas de 12€ de la fábrica nacional de moneda y timbre.
De sus relaciones y el comportamiento de los hombres que la rodearon, también podemos sacar algunas conclusiones:
Tanto Plutarco como el propio Julio César, nos cuentan en sus escritos que el general romano y la reina del Nilo se conocieron al atardecer en Alejandría y esa misma noche ya yacieron juntos. Plutarco en “Vidas Paralelas” (Julio César. IL) nos cuenta el episodio de la reina accediendo a hurtadillas al palacio envuelta en una alfombra, de la que surgió totalmente desnuda. La anécdota podría ser un buen ejemplo de la personalidad y seguridad de Cleopatra, pero lamentablemente tenemos que pensar que es falsa. Primero por lo innecesario de aparecer desnuda y en segundo lugar —y más revelador— porque Julio César no hace mención al episodio en su “BellumAlexandrinum”. No parece una anécdota como para pasar por alto en alguien de la personalidad del general romano. Por lo tanto, desconocemos la forma en que se conocieron Cleopatra y Julio César, pero todas las fuentes apuntan a que estaban compartiendo lecho pocas horas después de verse por primera vez. La reina contaría 18 años y Julio César 52. Parece difícil pensar que hubo un conocimiento profundo entre ambos del que surgió la atracción. Más bien podemos concluir que se produjo una inmediata atracción meramente física entre ambos.



Posteriormente Julio César abandona a su amante habitual en Roma, ServiliaCepionis e invita a la propia Cleopatra a la ciudad donde la colma de honores. En esta época es más que probable que hubiese surgido el amor entre ambos. Si bien es cierto que la mujer que enamorase a Julio César debía mostrar habilidades políticas e intelectuales sobresalientes. No podemoscircunscribir el amor entre ambos a sus característicasfísicas. Suetonio llegará a decir que César pretendía legalizar la poligamia en Roma para poder hacer oficial su relación con Cleopatra, pero esta información es imposible de contrastar y de dudosa credibilidad. Suetonio. Vida de los Doce Césares. Julio César. LII.
Un episodio parecido ocurrirá siete años después en la ciudad de Tarso (actual Turquía). Marco Antonio hace llamar a Cleopatra para ser juzgada por ayudar a los asesinos de Julio César y la reina pasa tan solo cuatro días en la ciudad. En esos cuatro días no solo evita el juicio, sino que seduce a Marco Antonio hasta conseguir que éste caiga rendido a sus pies. El romano le ofrece la cabeza de Arsinoe, hermana de la reina y por lo tanto amenaza para el trono, y traslada su gobierno a Alejandría.
De tal manera avasalló a Antonio que, a pesar de haberse puesto en guerra con Octavio,Fulvia su mujer por sus propios negocios y de amenazar por la Macedonia el ejército de los Partos, del que los reyes habían nombrado generalísimo Labieno, y con el que iban a invadir la Siria, se marchó, arrastrado por ella, a Alejandría”
Plutarco. Vidas Paralelas. Antonio XXVIII.
La relación entre Cleopatra y Marco Antonio es diferente a la que mantiene unos años antes con Julio César. Marco Antonio y Cleopatra se enamoraron perdidamente hasta el punto de que el romano hace numerosas concesiones territoriales —conocidas como las Donaciones de Alejandría (Plutarco. Vidas Paralelas. Antonio. LIV)— a su ya esposa y a los hijos en común, y llega a renegar de Roma en su testamento. Declara a Alejandría capital del imperio y a Cesarión, el hijo de Cleopatra y Julio César, rey de Roma. La publicación prematura de este testamento precipita la guerra contra Octavio Augusto y el trágico fin de los amantes.
De la rápida seducción con la que somete a Julio César y Marco Antonio nos surge una pregunta evidente: ¿Qué tipo de mujer era del gusto de los romanos en el siglo I antes de nuestra era?
En este caso nos encontramos una importante similitud entre los textos clásicos y las pinturas y sobre todo esculturas que nos han llegado de la época. Normalmente los artistas idealizan los cuerpos haciéndolos semejantes a la concepción de los dioses del Olimpo y, desde luego son favorecedores. Es conocido que Octavio Augusto prohibió representaciones de sí mismo con más de cuarenta años y en el caso de las mujeres, son prácticamente inexistentes las esculturas femeninas donde puedan apreciarse los efectos de la edad.
Sin embargo podemos sacar conclusiones importantes. La mujer que hace que los hombres giren sus cuellos al cruzarse con ella por el foro de Roma es de piel clara, caderas anchas, voluptuosa e incluso con sobrepeso, preferiblemente rubia y de pelo rizado. (Los tirabuzones que parten del flequillo son recurrentes en la moda romana). Es un canon de belleza que se repetiría durante varios siglos. La piel tostada era sinónimo de trabajar largas jornadas en el campo y la delgadez es señal de hambre. Las caderas anchas ayudan a dar a luz y el cabello rubio asemeja a las mujeres a Diana Cazadora o Afrodita. El genial Rubens nos legó para la posteridad en su obra “Las Tres Gracias”, una imagen imperecedera de ese canon de belleza.
¿Podemos identificar a Cleopatra con este canon de belleza? Probablemente si. La reina del Nilo, como hemos dicho antes, era griega de ascendencia macedónica, donde predomina el cabello rubio. Seducir en una sola noche a los dos hombres más poderosos de su tiempo, ambos con un amplio historial de conquistas amorosas, nos indica que debía ser de su agrado físicamente. E incluso ha llegado hasta nuestros días algún relieve egipcio donde Cleopatra es representada con cierta tripa y anchura en sus caderas. Tampoco existe mención alguna en los textos clásicos a una cierta delgadez, lo que en su momento, hubiese llamado la atención de los autores.



La reina debía ser coqueta y desde luego cuidaba su aspecto. Existió en Alejandría un tratado de belleza con consejos de maquillaje que se atribuía a la propia Cleopatra. El texto no ha llegado hasta nuestros días y no hay forma de afirmar o desmentir su autenticidad, aunque no cabe duda de que la reina hubiese sido capaz de escribir un tratado sobre tales materias.
Por otra parte, Cleopatra fue reconocida por los alejandrinos como la encarnación de Isis, que además de la protección y la sabiduría, representaba también la belleza. Estas deificaciones populares no deben ser menospreciadas. La plebe no era fácil de manejar e intoxicar en el siglo I antes de nuestra era ante una determinada idea. No había medios de comunicación o grupos de presión y en el mismo instante en que Cleopatra es identificada con Isis, Marco Antonio es comparado con Dionisios, el dios de vendimia y el vino, de la locura ritual y el éxtasis. Comparación no muy agradable y contra la que la pareja intentó luchar —con poco éxito, dadas las interminables fiestas y bacanales de Marco Antonio en Alejandría—. Del mismo modo, unos años antes, Julio César es mitificado como Osiris y existe cierta documentación del fracaso de Cleopatra al intentar que la plebe identifique a su hijo Cesarión con Horus. Parece claro que en todos los casos, la plebe hace sus propias elecciones y en ocasiones en contra de lo que querrían sus gobernantes. Que Cleopatra sea identificada con la belleza no parece casualidad. Eso sí: con el canon de belleza de su época.
Cleopatra VII fue la mujer más poderosa de su tiempo y una de las más importantes de la historia. Consiguió anteponer sus deseos y los intereses de Egipto al todopoderoso Imperio Romano durante buena parte de su vida y sin apenas desenvainar un arma. Usó su inteligencia, su don de gentes, su cultura, y su belleza para conseguir sus fines y a punto estuvo de derribar el poder de Roma y convertir a Alejandría en la capital del imperio.

Jose Barroso.
Autor de El Ocaso de Alejandría.
Ediciones Áltera.
Biografía novelada de Cleopatra.


Pie de foto 1: Busto de Nefertiti, conservado en el Museo de Berlín.
Pie de foto 2: Busto de Cleopatra sin autentificar conservado en el museo de Berlín.
Pie de foto 3: Figura de alabastro negro representando a Cleopatra con estilo egipcio. Museo Hermitageen. San Petersburgo.
Pie de foto 4: Tetradracma de Cleopatra VII.

viernes, 9 de junio de 2017

BREVE HISTORIA DE ESPARTACO.(113a.c-71 a.C). UN MITO MUY REAL.

BREVE HISTORIA DE ESPARTACO.(113a.c-71 a.C). UN MITO MUY REAL.

Escrito por Federico Romero Díaz.

Hay personas que aún piensan que estamos ante un personaje cinematográfico. Sin embargo Espartaco fue un hombre de carne y hueso, con una trayectoria ampliamente documentada por historiadores romanos como Apiano, entre otros.



Todos coinciden que estamos ante un mercenario tracio, miembro de las auxilia de las legiones de Roma, que desertó. Capturado, es convertido en esclavo.



 Se le compra para trabajar en las minas de yeso, pero allí lo descubre Batiato, un lanista de Capua que lo adquiere para su escuela de gladiadores. No tarda, en asociación con los galos Crixo y Enomao, en amotinarse. Junto a otros 70 gladiadores escapa de la escuela, se hacen con armamento y derrotan una confiada milicia enviada desde Capua para capturarlos, dedicándose desde su seguro refugio de los bosques, al pie del Vesubio, a devastar la campiña circundante.



Roma en ese momento no cuenta con demasiadas fuerzas que enviar. Lo mejor de sus tropas se encuentran en Hispania y en el Ponto luchando contra Sertorio y Mitridates respectivamente. Envían al pretor Claudio Glabro al frente de unas cuantas cohortes urbanas para reprimir la revuelta. Su ineptitud al valorar las fuerzas de los esclavos le hace sufrir una vergonzosa derrota, y la misma suerte corre el siguiente pretor, Varinio al frente de mayores fuerzas. Espartaco a esas alturas cuenta con más de 70.000 seguidores a los que comienza a formar militarmente.




Exceptuando una derrota que acaba con la muerte del galo Crixus, Espartaco acumula una victoria tras otra sobre las legiones de Publicola y Longino. Algunos de sus hombres le plantean el saqueo de Roma, donde el Senado alarmado nombra a Marco Licinio Craso imperator para hacer frente al tracio. Espartaco sabe que su derrota es cuestión de tiempo y que deben escapar del territorio romano. Entra en contacto con los piratas cilicios para que les ayuden en su huida con sus barcos, pero estos, posiblemente sobornados por Verres, el corrupto gobernador de Sicilia, traicionan a los esclavos dejándolos en la estacada. Acorralado en Regio, logra escapar gracias a sus tretas en una ocasión, pero acorralado entre las legiones de Craso y Pompeyo se ve obligado a presentar batalla en el Valle del Sele, donde el junto a otros 60.000 de sus seguidores encuentra la muerte. El resto serán crucificados a lo largo de la Vía Apia. Pompeyo que se precipita a comunicar al Senado la buena nueva será el que inmerecidamente obtenga todo el beneficio de la derrota del gran tracio Espartaco.


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