Texto de Iván La Cioppa.
Se calcula que un legionario romano quemaba un promedio de 7.000 calorías al día. Estas cantidades no deben sorprendernos si pensamos en el agotamiento y la tensión excepcional a los que los legionarios eran sometidos, como marchas, construcción de campamentos, batallas y entrenamiento. Para sostener estos ritmos, tenían que seguir una dieta adecuada.
Sin embargo si que tenemos noticia de que los oficiales se concedían buenas comilonas. De hecho, para
ellos se utilizaba el verbo «epulare» que significa "disfrutar de un
banquete". Baste con decir que Catón el Joven, a pesar de su fama de hombre
austero, llevó a la guerra a su cocinero personal.
El
alimento básico de la dieta del legionario eran los cereales, especialmente la
espelta y el trigo, que eran muy fáciles de cultivar. Cada soldado recibía
cierta cantidad en grano, de forma regular y su coste era descontado de su
paga. Muy nutritivo y fácil de preparar era el «puls», una sopa espesa de
cereales, cocinada con agua, leche y cualquier otra cosa que se tuviera a
disposición.
Habitualmente,
en colaboración con los miembros de su «contubernium», los legionarios molían
parte de sus cereales en pequeñas muelas transportadas en carretas. El «panis
militaris» se hacía mezclando harina de trigo, agua, sal, aceite y hojas de
laurel: era una especie de saladilla sin levadura, que se asaba sobre piedras
calientes o brasas. Con harina de trigo duro, agua y aceite se elaboraba el
«buccellatum», una galleta muy dura pero muy duradera. Por lo general, se cocinaba
dos veces para que quedara aún más seco y durara más tiempo.
Buccellatum |
Esta
doble cocción era muy importante. De hecho, las fuentes nos informan que en una
ocasión, durante la guerra vándala del 533 d.C., el «buccellatum» no se coció
adecuadamente y provocó la intoxicación y la muerte de 500 soldados.
Este
tipo de galleta se comía a menudo durante las marchas, cuando no se disponía de
tiempo para parar a comer. Por la misma razón, los legionarios siempre llevaban
consigo una bolsa de cereales, algo que podía ser decisivo en caso de perder
los carros de la comida, porque gracias a eso podían resistir unos días más,
comiendo su contenido tanto crudo como cocido en forma de pan.
En
las fuentes hay muchas referencias a la elaboración del pan por parte de los
soldados romanos. Herodiano incluso nos cuenta que el emperador Caracalla,
durante las campañas militares, compartía mesa con sus soldados y, como ellos,
él mismo amasaba y horneaba su pan.
Otra
prueba muy interesante es el descubrimiento de 120 hornos entre los restos de
un campamento en «Devona» (hoy, Deers Den) en Escocia.
Entre
los diversos cereales, sin embargo, había uno que no gozaba de buena fama: era
la cebada, que se consideraba de nivel más bajo y apta solo para animales y
bárbaros. Precisamente por eso, uno de los castigos infligidos al legionario
era comer cebada en lugar de trigo, socavando así su dignidad.
La
carne merece una mención especial. Los legionarios comían carne pero no muy a
menudo porque era fácilmente perecedera, especialmente en climas cálidos y
podía estropearse por muchas razones.
Apiano
nos habla de una fuerte disentería en las filas del ejército de Lucio Lúculo,
en la campaña española del 150 a.C., debida a carne de venado y conejo
estropeada.
Lo
mismo sucedió con las tropas de Corbulón en el 59 d.C. en Asia Menor.
Para evitar esta clase de problemas, generales como Avidio Casio y Pescenio Níger impusieron un rigor aún mayor a sus soldados, limitando su dieta a pan y «buccellatum».
Sin
embargo, en general, la legión procuraba integrar las comidas de los soldados
también con carne por su aporte energético especialmente elevado. Vegecio, como
una forma de resolver el problema, recomienda reclutar cazadores y guardianes
de animales para asegurar el abastecimiento de las cantidades necesarias de
carne; en el «Codex Theodosianus», el cordero y el tocino están incluidos entre
los alimentos recomendados en la dieta del legionario.
La
arqueología nos confirma una vez más estos datos, ya que se han encontrado una
gran cantidad de huesos de animales en varios emplazamientos de antiguos
campamentos militares.
Para
conservar mejor la carne, a menudo se utilizaba sal, limitando así la
proliferación de hongos y bacterias e incluso enfermedades como el botulismo.
La
sal efectivamente era un alimento muy importante, que se utilizaba también para
dar sabor a la comida. Disuelta en vino, además, favorecía la retención de
líquidos, previniendo la deshidratación sobre todo en zonas de clima cálido.
Debido a su múltiple utilidad, a menudo se les entregaba cierta cantidad de sal
a cada legionario como parte de la paga. Y por esta razón el sueldo del soldado
romano se llamaba "salario". De la sal también toma su nombre una de
las vías romanas más famosas: la «Via Salaria» que comunicaba la ciudad
con las salinas de la desembocadura del Tíber.
La dieta del legionario también se complementaba con queso, que se tomaba solo o en sopas o en la masa de pan. El más utilizado fue el “Caciofiore de Columella”, llamado así por el nombre del escritor latino que escribió la receta en sus crónicas, un antepasado del “pecorino” romano.
Este tipo de queso
era ideal para su uso en el ejército porque tardaba poco en hacerse, tan solo
15 días, y se conservaba durante bastante tiempo.
Los huevos también fueron ampliamente utilizados porque era fácil conseguirlos. La confirmación nos viene del examen de las letrinas descubiertas entre los restos de los campamentos.
También era muy peculiar la bebida típica de los soldados: la posca, también llamada «acetum», una mezcla de agua y vinagre, muy eficaz en quitar la sed y cuya excelente acción desinfectante reducía el riesgo de disentería.
El
vino también estaba permitido, pero aguado y, a veces, mezclado con miel y
especias.
Poco
utilizada era la cervisia, antepasado de la cerveza, considerada bebida
bárbara.
La potencia en batalla de una legión dependía muchísimo de su capacidad de alimentar a sus miembros. La calidad de los suministros podía decidir la victoria o la derrota en una batalla o poner en peligro toda una campaña militar; pues, como dice Vegecio:
"El
hambre consume a un ejército más que la batalla y es más cruel que la
espada".
EL VINO, ALIMENTO SAGRADO Y PRODUCTO SOCIAL.
LOS ROMANOS Y EL ACEITE DE OLIVA. UNA HISTORIA DE AMOR
LA CURIOSA HISTORIA DEL COLOR AZUL EN EL MUNDO ROMANO.
SCAEVA. EL PARADIGMA DEL VERDADERO ROMANO
Os dejamos un enlace por si queréis haceros con un ejemplar de "La legión que vino del mar" de Iván La Cioppa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario