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sábado, 13 de septiembre de 2025

UNA HISTORIA DE FRONTERA. CHARIETO, EL VETERANO FRANCO QUE MURIÓ DEFENDIENDO EL IMPERIO.

En un mundo de fronteras fluidas y lealtades cambiantes, la figura de Charieto emerge como un poderoso ejemplo de la complejidad de la vida en los márgenes del Imperio romano en los siglos IV y V. Los bárbaros de esta época carecían de la idea de "conciencia nacional" tal y como hoy la entendemos. Cada pueblo se dividía en tribus, cada una con su propio rey, y a menudo se encontraban en conflicto entre sí. Esto explica por qué un franco, al ver la prosperidad que ofrecía Roma, podía entrar a su servicio sin dudar en empuñar las armas contra otros bárbaros, incluso de su propio pueblo, si amenazaban lo que había logrado en su nueva patria.

       Militar Romano Tardío, c. 400 d.C." y el autor es Angus McBride.                 

Esta fluidez de identidades se ilustra perfectamente en una inscripción funeraria del siglo IV de la provincia de Panonia: «Francus ego cives. Romanus miles in armis....». La inscripción proclama con orgullo que el difunto era a la vez un ciudadano franco y un soldado romano. Si este es un ejemplo, la vida del germano (posiblemente franco) Charieto es una representación completa de esta compatibilidad entre las identidades romana y bárbara.

De veterano retirado a saqueador de saqueadores.

La historia de Charieto nos llega gracias a los escritos de Amiano Marcelino y Zósimo. Es probable que Charieto comenzara su vida como un saqueador bárbaro. Sin embargo, en algún momento, se estableció en Tréveris y se unió a las unidades romanas que apoyaron la usurpación de Magnencio entre los años 350 y 353. Después de la derrota de Magnencio en el 353 y el fin de una sangrienta guerra civil de tres años, la situación en el limes del Rin era catastrófica. Las guarniciones de la frontera estaban diezmadas por los soldados que se unieron al ejército de Magnencio y que nunca volvieron a reintegrarse en sus unidades. Para agravar la situación, el emperador Constancio II había animado a las tribus germanas a atacar el territorio imperial para desviar las fuerzas del usurpador.

Fue en este contexto de caos que Charieto, quien al parecer se había retirado del ejército, asistió impotente a la destrucción de la provincia a manos de los saqueadores del otro lado del Rin. En lugar de quedarse de brazos cruzados, tuvo la idea de sacar provecho de la situación y, al mismo tiempo, remediar los ataques. Consciente de sus limitados medios, decidió emboscar a las bandas de saqueadores bárbaros que cruzaban el río por la noche. Su método era brutal pero efectivo. Al principio, operaba solo, escondido en los bosques, esperando a que los saqueadores se emborracharan y se quedaran dormidos. Entonces, los atacaba en la oscuridad, cortándoles la cabeza y exhibiéndolas en la ciudad. Una vez que había atacado un grupo, no abandonaba su presa y los cazaba durante el día. Su fama y su éxito no tardaron en llamar la atención de Juliano, quien se complació con la astuta táctica y decidió apoyarlo. Juliano le entregó un considerable contingente de francos salios para que continuara su labor de combatir a los saqueadores, pero también para atacar el territorio de los cuados, una tribu más allá del Rin. En uno de estos ataques, Charieto hizo un prisionero notable: el hijo de un rey cuado. Gracias a esta captura, Juliano pudo obligar a los bárbaros a firmar un tratado de paz con Roma.


Una vida de servicio

Tras la victoria de Estrasburgo en el 357, Juliano continuó su campaña en la orilla bárbara del Rin contra los reyes alamanes que no se habían rendido, incluido el rey Hortario. Para esta misión, formó un grupo con los seguidores de Charieto y las fuerzas de Nestica, otro militar de origen germano que era Tribuno de Escuderos. 

Desarrollo de la batalla de Argentoratum o Estrasburgo, 357

Las tropas de Juliano asolaron el reino de Hortario sin piedad, quemando campos y tomando prisioneros, lo que obligó al rey a aceptar las condiciones de Roma y reparar los daños.

No se sabe mucho de lo que sucedió con Charieto en los años siguientes, pero es probable que permaneciera en el limes del Rin durante al menos siete años más. Para el año 365, el escenario había cambiado. Juliano había muerto en su campaña contra los persas , y el Imperio estaba gobernado por Valentiniano I en Occidente y Valente en Oriente. Amiano Marcelino nos informa que en ese momento, Charieto ostentaba el título de conde de las dos Germanias y comandaba soldados ávidos de lucha.

Con la muerte de Juliano, los alamanes, que no olvidaban el duro golpe que habían sufrido en Estrasburgo, penetraron en la Galia en tres columnas, rompiendo las defensas romanas. Para frenar su avance, Charieto fue enviado al mando de sus tropas, con el apoyo del conde Severiano. En una dura batalla, la infantería romana se enfrentó a los alamanes, pero la moral romana se derrumbó cuando el conde Severiano cayó mortalmente herido. En medio de la retirada caótica, Charieto intentó evitar el desastre, tratando de reagrupar a los soldados que huían. Su heroísmo final quedó registrado en las palabras de los historiadores: 

"En vano reconvenía a los fugitivos y, oponiéndoles su cuerpo por barrera, quiso que lavasen la mancha peleando a pie firme; el mismo recibió mortal herida".

Así, de una manera abrupta, terminó la vida de Charieto. Este bárbaro, que había vivido en la incertidumbre de la frontera y se había unido a Roma, murió en su defensa. Su sacrificio en el campo de batalla es un elocuente testimonio de que estos hombres no pueden ser vistos como extraños al Imperio. Al contrario, en la mayoría de los casos, fueron servidores fieles, competentes y ambiciosos de un Imperio que no siempre supo reconocer y agradecer su sacrificio. Su historia es un recordatorio de que la identidad en el Bajo Imperio era una compleja mezcla de lealtades y que muchos de los "bárbaros" de la frontera lucharon, y murieron, en defensa de la misma Roma que les había acogido.


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