Un texto de Iván La Cioppa para Historia y Roma Antigua
"Su carácter era tan bárbaro por naturaleza como bárbara su raza"
Con estas palabras Herodiano (Historia del Imperio Romano, VII,1,2), define a uno de los emperadores más polémicos y particulares de la historia de Roma: Cayo Julio Vero Máximo, más conocido como Maximino el Tracio. No conocemos su nombre bárbaro pero es probable que recibiera la ciudadanía romana bajo Cayo Julio Maximino, gobernador de Dacia en el año 208 d.C., y de él recibió sus mismos «tria nomina», como era costumbre.
Él, nacido de padre godo y madre alana, probablemente alrededor del 173 d.C., era un simple pastor y se enroló en el ejército gracias a Septimio Severo, impresionado por su talla descomunal y su fuerza hercúlea (Historia Augusta. Vida de Maximino, II,6).
Se dice, siendo probablemente una exageración, que medía 2,60 m y que su pulgar era tan grueso que llevaba la pulsera de su mujer como un anillo. También se narra que de un solo golpe podía derribar a un caballo y desmenuzar piedras de toba (Historia Augusta, Vida de Maximino, VI, 8).
Toda esta información ha llevado a algunos estudiosos a plantear la hipótesis de que pudo haber padecido gigantismo acromegálico, un trastorno endocrino que provoca un crecimiento exponencial pero proporcionado de todas las partes del cuerpo.
Gracias a la fama que se había ganado, pronto ascendió en el escalafón del ejército (entre ellos, el «custos armorum» de la Legio I «Adiutrix», según consta en una inscripción hallada en Brigetio) hasta el mando supremo del ejército de Alejandro Severo destinado a luchar contra un revuelta de germanos en el frente renano en el año 235 d.C. Aprovechando el descontento de los soldados hacia el último de los Severi, considerado por la tropa débil y cobarde (Herodiano, Historia del Imperio Romano, VI,8,3), encabezó una revuelta que provocó la muerte del joven emperador y el ascenso a la púrpura del tracio..
Maximino el Tracio, como nuevo emperador, tuvo que lidiar inmediatamente con la oposición del Senado: era inaceptable que un bárbaro semianalfabeto pudiera ocupar tal cargo. Fue entonces cuando comenzó a circular la expresión "Caliga de Maximina".
Maximino, por su parte, no se dejó amedrentar y comenzó a realizar purgas entre las filas de los senadores, reemplazándolos por sus hombres de confianza.
El nuevo emperador demostró ser un líder militar formidable, implacable, duro y desdeñoso del peligro: exigía la máxima disciplina de sus soldados y en la batalla siempre estaba en primera línea (Herodiano, Historia del Imperio de la Roma, VII,2,6).
Dirigió victoriosamente campañas militares contra los alamanes, los sármatas iazigios y los Cuados, y por esta razón nunca estuvo en Roma. Lamentablemente, ser un gran general no fue suficiente. Para pagar sus guerras, Maximino había vaciado las arcas del Estado y empobrecido a la clase dominante.
El descontento empezó a extenderse por todo el Imperio y el Senado aprovechó para conspirar contra él. Después de diversos acontecimientos, Maximino tuvo que enfrentarse a varios pretendientes. Primero los dos Gordiano, padre e hijo. Tras la muerte de estos el Sendo eligió a Pupieno y Balbino para que cogobernaran. A Maximino no le quedó más remedio que marchar al sur, contra la rebelde Italia.
En el año 238 d.C, el Tracio sitió Aquilea, que se había negado a abrirle sus puertas (Zósimo, Nueva Historia, I,15,1). En breve, Maximino cayó en la trampa de Pupieno, que dirigía la operaciones desde Rávena (Eutropio, Breviarium ab Urbe Condita, 9,1). Agotados por el largo asedio y por una disciplina demasiado estricta, los legionarios de la Legio II «Parthica» se amotinaron y masacraron tanto a Maximino como a su hijo Máximo (Aurelius Victor. Epitome de Caesaribus, 25.2). Les cortaron la cabeza y las pincharon en picas.
Así terminó el breve pero intenso reinado de un hombre que llegó a lo más alto desde la posición más humilde. Desafió al destino y, más allá de la tradición y las convenciones sociales, supo conquistar el poder absoluto y escribir su nombre en el gran libro de la Historia.
Traducción del italiano por Alice Croce Ortega
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