Cleopatra VII Filopátor Nea Thea o
sencillamente: Cleopatra.
Escrito por José Barroso. Autor de Ocaso de Alejandría y La caída de la República.
Escrito por José Barroso. Autor de Ocaso de Alejandría y La caída de la República.
Una de las figuras más atractivas,
sugestivas e hipnóticas de la historia. Sedujo a los hombres más poderosos de
su tiempo y a cientos de generaciones futuras. Su leyenda ha llegado intacta
hasta nuestros días y sigue siendo un referente de refinamiento y belleza.
¿Pero era tan bella realmente? ¿Qué pruebas tenemos sobre su verdadero aspecto
físico? ¿Qué hay de cierto en la corriente que dice que en realidad no era
agraciada físicamente?
Ensayo sobre la belleza
(de Cleopatra).
No son pocas las mujeres
que han pasado a la historia por su extraordinaria belleza, Nefertiti, la Reina
de Saba, Helena de Troya, Friné… Las que consiguieron unir a su aspecto físico
la sabiduría como gobernantes, la inteligencia y el coraje de sobresalir en un
mundo de hombres no son muchas. Pero si hay una figura que ha quedado por
encima de ese reducido grupo, esa es Cleopatra.
La reina del Nilo es una
fuente inagotable para el cine y la literatura universal. Siempre representada
por actrices de belleza sobresaliente —decían de Liz Taylor que era la actriz
más bella de su generación— y pocos son los autores que no se detienen a
recrearse en su mítico aspecto físico.
Vamos a intentar
desentrañar cuánto hay de cierto y cuanto de mito en la belleza de Cleopatra.
Las Hipótesis:
1ª- Era bellísima.
La más aceptada por el
público en general y la idea que reside en el imaginario popular. Una mujer de
formas apetecibles y rostro sereno y agraciado. Alguien que deslumbraba por su
belleza y que incluso destacaría si nos cruzásemos con ella hoy en día en
cualquier esquina. A todo ello sería justo añadir la erótica del poder que irradia
su figura pero, en cualquier caso, alguien ante quien los hombres caían
rendidos.
2ª- No era agraciada
físicamente.
Una hipótesis que ha
ganado fuerza en los últimos treinta años tras el descubrimiento de una serie
de monedas con su efigie en distintas partes del mundo. Dado que no se le da
credibilidad prácticamente a ninguno de sus bustos, estas monedas representan
las únicas imágenes que tenemos de la reina del Nilo.
3ª- Era bella según los
cánones de belleza de su época.
Y dichos cánones han
sufrido numerosos cambios a lo largo de los siglos. Mujeres que fueron
consideradas bellísimas en su tiempo, como Maria Antonieta, Lucrecia Borgia o
Aldonza de Ivorra, difícilmente tendrían cabida en las revista de moda de hoy en
día. Los cánones de belleza han cambiado y mucho en veinte siglos pero ¿Han
cambiado tanto como para volver a los parámetros de hace dos mil años?
Los Hechos:
Cleopatra fue la séptima
reina egipcia de su nombre. Perteneció a la última dinastía que gobernó Egipto
como país independiente antes de convertirse en provincia de Roma, los
Ptolomeos. Y como primer dato importante hay que decir que los Ptolomeos no
eran egipcios, eran Griegos Macedónicos. No había una sola gota de sangre
egipcia en Cleopatra y por lo tanto debemos alejar su imagen del icónico busto
de Nefertiti, al que si damos veracidad histórica dado que su esposo, Akenaton,
prohibió las representaciones irreales de la familia faraónica. Las esculturas,
pinturas y bustos de Nefertiti, el propio Akenaton, Tutankamon y otros miembros
de su familia, representan de forma fiel su aspecto físico y la imagen de la
reina es sorprendentemente cercana al canon de belleza actual. Es una mujer morena, delgada, de cuello
estilizado, pómulos marcados y labios carnosos. Por desgracia no pudo ser una
antepasada lejana de la reina objeto de estudio hoy.
Cleopatra accedió al
trono en el año 51 antes de nuestra era. Fue una gobernante cuya principal
preocupación fue mantenerse en el poder entre las insidias de una corte
ciertamente hostil y la sombra de Roma, que amenazaba con anexionar los
territorios de Egipto.
Para ello hizo uso de
todas las armas que tenía a su alcance, y desde luego una de ellas fue su
presencia y su aspecto físico.
Plutarco dice sobre
Cleopatra:
“Se pretende que su belleza, considerada en sí misma, no era tan
incomparable como para causar asombro y admiración, pero su trato era tal, que
resultaba imposible resistirse. Los encantos de su figura, secundados por las
gentilezas de su conversación y por todas las gracias que se desprenden de una
feliz personalidad, dejaban en la mente un aguijón que penetraba hasta lo más
vivo. Poseía una voluptuosidad infinita al hablar, y tanta dulzura y armonía en
el son de su voz que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas que
manejaba fácilmente y del que extraía, como bien le convenía, los más delicados
matices del lenguaje"
Plutarco. Vidas. Paralelas. Marco Antonio. XXVII.
"Platón reconoce cuatro tipos de halagos, pero ella tenía
mil."
Plutarco. Vidas Paralelas. Marco Antonio. XXIX.
Y sobre el momento en que
Cleopatra y Marco Antonio se conocieron:
“Éste iba a verle en aquella edad en que la belleza de las mujeres está
en todo su esplendor y la penetración en su mayor fuerza.”
Plutarco. Vidas Paralelas. Marco Antonio. XXV.
Dion Casio dice sobre
ella:
“Su irresistible forma de hablar parecía que conquistara a su
interlocutor”
Dion Casio. Historia de Roma. Libros XLVI-XLIX.
Sobre su intelecto nos
cuenta Plutarco:
“Respondía por sí misma, como a los Etíopes, Trogloditas, Hebreos,
Árabes, Sirios, Medos y Partos. Dícese que había aprendido otras muchas lenguas
cuando los que la habían precedido en el reino ni siquiera se habían dedicado a
aprender la egipcia, y algunos aun a la macedonia habían dado de mano.”
Plutarco. Vidas Paralelas. Marco Antonio. XXVII.
Suetonio sobre la
relación de Julio César y Cleopatra:
“Pero a la que más amó fue a Cleopatra, con la que frecuentemente
prolongó festines hasta la nueva aurora”
Suetonio. Vida de los Doce Césares. Julio César. LII.
De los relatos clásicos,
aun dudando de Dion Casio, que escribiría 250 años de la muerte de Cleopatra,
podemos deducir que destacaba más por su intelecto, su personalidad arrolladora
y su cultura que por su físico. Aunque desde luego era agraciada.
Por increíble que
parezca, dada la extensa literatura sobre Cleopatra, son muy pocos más los
autores clásicos a los que podemos recurrir para hacernos una idea de la imagen
de la reina del Nilo. Posteriormente Horacio, Virgilio, Flavio Josefo, Apiano o
Plinio, mencionaran a Cleopatra en sus escritos en varias ocasiones pero
siempre centrados en su debilidades —o directamente vicios— y casi siempre
infligiendo duros ataques contra su personalidad, arrogancia, voracidad sexual
o derroches económicos. Hay que aclarar que todos estos autores pretenden
congraciarse con el poder dominante en el Mediterráneo, personificado en
Octavio Augusto y sus posteriores sucesores. Fue el propio Octavio el que
declaró la guerra a Cleopatra y a su ya esposo Marco Antonio y por lo tanto el que
fomentó buena parte de su leyenda negra.
Así, autores como Plinio
“el viejo” que nació cincuenta años después de morir Cleopatra, nos relata el
famoso pasaje de la disolución de las perlas en vinagre que, aunque
químicamente podría ser cierto, se convierte en despropósito tal y como nos lo
cuenta el historiador. La historia solo pretende dar una imagen de una
Cleopatra derrochadora, caprichosa, infantil e indolente, y para ello Plinio no
duda en alterar la realidad a su antojo.
Plinio “el viejo”. Historia Universal. Capítulo LVIII.
Los ataques de Flavio
Josefo que vivió entre los años 37 y 100 de nuestra era, también son muy duros
y centrados en la voracidad sexual de Cleopatra. Cabe decir que Josefo era
judío y la enemistad de la reina del Nilo con Judea y sus gobernantes fue
manifiesta, sobre todo con Herodes por las reservas de betún de las que gozaba
la zona.
Flavio Josefo. Antigüedades Judías. Tomo II.
Para poder concluir con
el aspecto físico de la reina según los autores clásicos, no debemos obviar a
Cicerón. El filósofo y Cleopatra se conocieron personalmente durante la
estancia en Roma de la reina y precisamente a este encuentro debemos las obras
completas de Cicerón que han llegado hasta nuestros días. Cleopatra encargó al
filósofo una compilación de sus obras y discursos para la biblioteca de
Alejandría. Sin embargo, tras el asesinato de Julio César, Cleopatra abandonó
precipitadamente Roma y no se llevó aquella cuidada compilación consigo. La
obra quedó depositada en las bibliotecas de Roma y sobrevivió a las sucesivas
destrucciones de la Biblioteca de Alejandría. Hay una frase atribuida a Cicerón
—aunque imposible de contextualizar o verificar— que dice: “si tuviese otra nariz, habría conquistado el
mundo”. En realidad, esta frase constituye la única mención a la nariz de
Cleopatra y, conociendo el carácter teatral de Cicerón, bien podía referirse al
instinto, al olfato, de la reina para elegir a sus partidarios. Muerto Julio
César, la reina podía haber confraternizado tanto con Marco Antonio como con
Octavio Augusto y la historia hubiese sido muy distinta de haber elegido al
segundo. Además Octavio era de edad similar y mucho más influenciable que el
curtido y experimentado Marco Antonio, por el que acabaría decantándose
Cleopatra. Es solo una interpretación, pero dado que no hay otras fuentes, no
debemos dar por sentado que la nariz de la reina era prominente o simplemente
desproporcionada para con el resto de su rostro.
Son varias las esculturas
que quieren representar a la reina del Nilo aunque dudamos de la veracidad de
todas ellas y diversas pruebas han demostrado que su confección es posterior a
la vida de Cleopatra. Aunque si nos han llegado algunas monedas con su efigie, en
ella podemos ver a una mujer con una tiara, pelo rizado, labios carnosos, ojos
muy grandes y cuello estilizado aunque con cierta corpulencia. Se deja adivinar
una barbilla prominente y unas formas proporcionadas. Si bien es cierto que de
todo ello tampoco podemos sacar una opinión inamovible. No hay más que ver la
absolutamente irreconocible efigie de la reina Letizia en las monedas
conmemorativas de 12€ de la fábrica nacional de moneda y timbre.
De sus relaciones y el
comportamiento de los hombres que la rodearon, también podemos sacar algunas
conclusiones:
Tanto Plutarco como el
propio Julio César, nos cuentan en sus escritos que el general romano y la
reina del Nilo se conocieron al atardecer en Alejandría y esa misma noche ya
yacieron juntos. Plutarco en “Vidas Paralelas” (Julio César. IL) nos
cuenta el episodio de la reina accediendo a hurtadillas al palacio envuelta en
una alfombra, de la que surgió totalmente desnuda. La anécdota podría ser un
buen ejemplo de la personalidad y seguridad de Cleopatra, pero lamentablemente
tenemos que pensar que es falsa. Primero por lo innecesario de aparecer desnuda
y en segundo lugar —y más revelador— porque Julio César no hace mención al
episodio en su “BellumAlexandrinum”. No parece una anécdota como para pasar por
alto en alguien de la personalidad del general romano. Por lo tanto,
desconocemos la forma en que se conocieron Cleopatra y Julio César, pero todas
las fuentes apuntan a que estaban compartiendo lecho pocas horas después de verse
por primera vez. La reina contaría 18 años y Julio César 52. Parece difícil
pensar que hubo un conocimiento profundo entre ambos del que surgió la
atracción. Más bien podemos concluir que se produjo una inmediata atracción
meramente física entre ambos.
Posteriormente Julio
César abandona a su amante habitual en Roma, ServiliaCepionis e invita a la
propia Cleopatra a la ciudad donde la colma de honores. En esta época es más
que probable que hubiese surgido el amor entre ambos. Si bien es cierto que la
mujer que enamorase a Julio César debía mostrar habilidades políticas e
intelectuales sobresalientes. No podemoscircunscribir el amor entre ambos a sus
característicasfísicas. Suetonio llegará a decir que César pretendía legalizar la
poligamia en Roma para poder hacer oficial su relación con Cleopatra, pero esta
información es imposible de contrastar y de dudosa credibilidad. Suetonio. Vida de los Doce Césares. Julio
César. LII.
Un episodio parecido
ocurrirá siete años después en la ciudad de Tarso (actual Turquía). Marco
Antonio hace llamar a Cleopatra para ser juzgada por ayudar a los asesinos de
Julio César y la reina pasa tan solo cuatro días en la ciudad. En esos cuatro
días no solo evita el juicio, sino que seduce a Marco Antonio hasta conseguir
que éste caiga rendido a sus pies. El romano le ofrece la cabeza de Arsinoe,
hermana de la reina y por lo tanto amenaza para el trono, y traslada su
gobierno a Alejandría.
“De tal manera avasalló a Antonio que, a pesar de haberse puesto en
guerra con Octavio,Fulvia su mujer por sus propios negocios y de amenazar por
la Macedonia el ejército de los Partos, del que los reyes habían nombrado
generalísimo Labieno, y con el que iban a invadir la Siria, se marchó,
arrastrado por ella, a Alejandría”
Plutarco. Vidas Paralelas. Antonio XXVIII.
La relación entre
Cleopatra y Marco Antonio es diferente a la que mantiene unos años antes con
Julio César. Marco Antonio y Cleopatra se enamoraron perdidamente hasta el
punto de que el romano hace numerosas concesiones territoriales —conocidas como
las Donaciones de Alejandría (Plutarco.
Vidas Paralelas. Antonio. LIV)— a su ya esposa y a los hijos en común, y
llega a renegar de Roma en su testamento. Declara a Alejandría capital del
imperio y a Cesarión, el hijo de Cleopatra y Julio César, rey de Roma. La
publicación prematura de este testamento precipita la guerra contra Octavio
Augusto y el trágico fin de los amantes.
De la rápida seducción
con la que somete a Julio César y Marco Antonio nos surge una pregunta
evidente: ¿Qué tipo de mujer era del gusto de los romanos en el siglo I antes
de nuestra era?
En este caso nos
encontramos una importante similitud entre los textos clásicos y las pinturas y
sobre todo esculturas que nos han llegado de la época. Normalmente los artistas
idealizan los cuerpos haciéndolos semejantes a la concepción de los dioses del
Olimpo y, desde luego son favorecedores. Es conocido que Octavio Augusto
prohibió representaciones de sí mismo con más de cuarenta años y en el caso de
las mujeres, son prácticamente inexistentes las esculturas femeninas donde puedan
apreciarse los efectos de la edad.
Sin embargo podemos sacar
conclusiones importantes. La mujer que hace que los hombres giren sus cuellos
al cruzarse con ella por el foro de Roma es de piel clara, caderas anchas,
voluptuosa e incluso con sobrepeso, preferiblemente rubia y de pelo rizado.
(Los tirabuzones que parten del flequillo son recurrentes en la moda romana).
Es un canon de belleza que se repetiría durante varios siglos. La piel tostada
era sinónimo de trabajar largas jornadas en el campo y la delgadez es señal de
hambre. Las caderas anchas ayudan a dar a luz y el cabello rubio asemeja a las
mujeres a Diana Cazadora o Afrodita. El genial Rubens nos legó para la
posteridad en su obra “Las Tres Gracias”, una imagen imperecedera de ese canon
de belleza.
¿Podemos identificar a
Cleopatra con este canon de belleza? Probablemente si. La reina del Nilo, como
hemos dicho antes, era griega de ascendencia macedónica, donde predomina el cabello
rubio. Seducir en una sola noche a los dos hombres más poderosos de su tiempo,
ambos con un amplio historial de conquistas amorosas, nos indica que debía ser
de su agrado físicamente. E incluso ha llegado hasta nuestros días algún
relieve egipcio donde Cleopatra es representada con cierta tripa y anchura en
sus caderas. Tampoco existe mención alguna en los textos clásicos a una cierta
delgadez, lo que en su momento, hubiese llamado la atención de los autores.
La reina debía ser
coqueta y desde luego cuidaba su aspecto. Existió en Alejandría un tratado de
belleza con consejos de maquillaje que se atribuía a la propia Cleopatra. El
texto no ha llegado hasta nuestros días y no hay forma de afirmar o desmentir
su autenticidad, aunque no cabe duda de que la reina hubiese sido capaz de
escribir un tratado sobre tales materias.
Por otra parte, Cleopatra
fue reconocida por los alejandrinos como la encarnación de Isis, que además de
la protección y la sabiduría, representaba también la belleza. Estas deificaciones
populares no deben ser menospreciadas. La plebe no era fácil de manejar e
intoxicar en el siglo I antes de nuestra era ante una determinada idea. No
había medios de comunicación o grupos de presión y en el mismo instante en que
Cleopatra es identificada con Isis, Marco Antonio es comparado con Dionisios,
el dios de vendimia y el vino, de la locura ritual y el éxtasis. Comparación no
muy agradable y contra la que la pareja intentó luchar —con poco éxito, dadas
las interminables fiestas y bacanales de Marco Antonio en Alejandría—. Del
mismo modo, unos años antes, Julio César es mitificado como Osiris y existe
cierta documentación del fracaso de Cleopatra al intentar que la plebe
identifique a su hijo Cesarión con Horus. Parece claro que en todos los casos,
la plebe hace sus propias elecciones y en ocasiones en contra de lo que
querrían sus gobernantes. Que Cleopatra sea identificada con la belleza no
parece casualidad. Eso sí: con el canon de belleza de su época.
Cleopatra VII fue la
mujer más poderosa de su tiempo y una de las más importantes de la historia.
Consiguió anteponer sus deseos y los intereses de Egipto al todopoderoso
Imperio Romano durante buena parte de su vida y sin apenas desenvainar un arma.
Usó su inteligencia, su don de gentes, su cultura, y su belleza para conseguir
sus fines y a punto estuvo de derribar el poder de Roma y convertir a
Alejandría en la capital del imperio.
Jose Barroso.
Autor de El Ocaso de
Alejandría.
Ediciones Áltera.
Biografía novelada de Cleopatra.
Pie de foto 1: Busto de Nefertiti, conservado en el Museo de
Berlín.
Pie de foto 2: Busto de Cleopatra sin autentificar
conservado en el museo de Berlín.
Pie de foto 3: Figura de alabastro negro representando a
Cleopatra con estilo egipcio. Museo Hermitageen. San Petersburgo.
Pie de foto 4: Tetradracma de Cleopatra VII.