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miércoles, 9 de abril de 2025

MANUAL DE COMPORTAMIENTO PARA EMPERADORES PRINCIPIANTES

 

EL EMPERADOR

El emperador, el imperator, era quien ocupaba la cima de la estructura social y política del Imperio romano. Esa posición privilegiada requería un claro distanciamiento con respecto al resto de los ciudadanos, y esto se conseguía a través de distintas herramientas, aunque destacan tres: la ceremonia de investidura, un comportamiento solemne y reservado, y la vestimenta. Vamos a centrarnos en los dos primeros aspectos, y dejaremos para otro texto los símbolos visuales del poder imperial.

Recreación del emperador romano oriental Flavio Arcadio (377-408) en el que se pueden a preciar algunos de los símbolos del poder imperial como la diadema imperial, el paludamentum, la fíbula, el globo coronado por Victoria, etc.


Desde la época de Augusto, se esperaba que el emperador actuara con la autoridad que correspondía a su imperium. Eso implicaba abandonar el trato de igual a igual propio de la República, sustituyéndolo por una actitud más acorde con monarquías orientales, como la persa. Con Diocleciano (284–305), esta idea se acentúa aún más: todo lo relacionado con el emperador se convierte en algo sagrado —su palacio, su tesoro, los regalos—, para marcar su separación del resto de los mortales.

La gestualidad del emperador

Un emperador no solo debía llevar los símbolos visibles del poder, como la diadema, el manto imperial (paludamentum), los zapatos o el cetro, sino también mostrar una serie de gestos públicos que reforzaran su autoridad. Especialmente, debía mantener una actitud distante y solemne, casi intocable. Este distanciamiento se hace evidente a partir de Domiciano. Plinio el Joven lo critica en su panegírico a Trajano, alabando al segundo por su calma, en contraste con el miedo que provocaba el primero.

John William Waterhouse - The Favorites of the Emperor Honorius - 1883

Pero esta frialdad no fue exclusiva de Domiciano. Poco a poco, esta tendencia se fue exagerando hasta el punto de que, a comienzos del siglo IV, ya nadie podía hablar directamente con el emperador. Los palacios se decoraban con cortinas y tapices que escondían su figura o que anunciaban con solemnidad su entrada en una sala. Incluso llegaba a comunicar sus órdenes a través de eunucos. Estas prácticas, importadas de las cortes orientales, especialmente de Persia, eran vistas con recelo por los romanos. Sinesio de Cirene, en un discurso dirigido a Arcadio, le aconseja no encerrarse en palacio y mostrarse ante sus soldados.



"Las tropas del Emperador Diocleciano entran en Alejandría durante la represión del levantamiento de Domicio Domiciano y Aquiles, Marzo de 298".© Zvonimir Grbasic

Hoy puede parecer exagerado, pero se esperaba del emperador una actitud parecida a la de una estatua viviente. No debía mostrar calor ni incomodidad física, ya que eso no correspondía con su estatus semidivino. Existían rituales como el de las manos cubiertas: nadie podía tocar ni recibir nada del emperador directamente, sino usando un paño o las propias mangas de la túnica. Lo mismo ocurría al entregar regalos imperiales: debían recibirse con las manos cubiertas.

Además, había gestos que todo el mundo sabía interpretar. Por ejemplo, cuando el emperador extendía el índice y el corazón de la mano derecha juntos, significaba silencio. Otras veces, levantaba el brazo para pedir calma o saludar. En algunos grabados aparece haciendo este gesto con su colega o con su césar, en señal de concordia. Un buen ejemplo es la imagen de los cuatro tetrarcas abrazándose, esculpida en pórfido, que hoy se encuentra en una esquina de la catedral de San Marcos de Venecia. Estas representaciones no eran simples adornos; cumplían la función de reforzar su autoridad.

Los tetrarcas en la fachada de
San Marcos de Venecia

Este tipo de gestos también aparece en monedas y relieves. En el Calendario del 354, se puede ver a Constancio II representado como una figura majestuosa. En el arco de Constantino, el pueblo aparece agolpado, esperando el reparto de monedas por parte de los funcionarios imperiales. En otras monedas, especialmente las de bajo valor (más comunes entre el pueblo), el emperador aparece venciendo o dominando a enemigos bárbaros: pisándoles el cuello, derribándolos del caballo o recibiendo su rendición. Esta imagen de fuerza tenía una función política clara: mostrar al emperador como protector del Imperio y símbolo del orden.

Otro gesto importante era el del emperador lanzando el mappa, un pañuelo, para dar inicio a los juegos en el circo. Era una manera de mostrar generosidad, cercanía y control sobre el tiempo y el ocio del pueblo. Todo en su figura estaba pensado para impresionar y transmitir un poder que iba más allá de lo humano.

Ceremonia de investidura

Una vez entendido el comportamiento esperado de un emperador, es importante conocer cómo se producía su investidura. Un caso interesante es el de Juliano, proclamado en Lutecia en el año 360. Aunque fue una ceremonia improvisada, sirvió de modelo para futuras investiduras. Esto tiene sentido si se tiene en cuenta la creciente importancia del ejército, donde muchos soldados ya eran de origen bárbaro, sobre todo germanos.

La ceremonia solía seguir cinco pasos. Primero, el ejército aclamaba al nuevo emperador. Después, se le vestía con el paludamentum y la diadema. A continuación, se le presentaba nuevamente ante las tropas, esta vez subido a un escudo, luciendo los dos símbolos clave. En cuarto lugar, se realizaba un reparto de donativos entre los soldados. Y finalmente, se enviaba un mensaje formal al Senado.

Coronación del emperador Teófilo   (  829 y 842 )
         

Desde el reinado de Constancio II, al existir dos senados —en Roma y en Constantinopla—, era necesario obtener la aprobación de ambos. Temistio nos cuenta que Teodosio lo hizo en ese orden: primero Constantinopla, luego Roma. A veces, era el emperador ya en el trono quien pedía la proclamación de un césar, como hizo Valentiniano con su hermano Valente, pese a las reticencias de algunos oficiales como Dagalaifo, que dudaban de su capacidad por no tener experiencia militar.

 En otros casos hubo que improvisar.       Joviano, por ejemplo, era tan alto que no   cabía en el manto de Juliano. O Juliano mismo, que no tenía diadema cuando fue proclamado. Pero lo fundamental era la aclamación por parte del ejército y portar los símbolos principales.

Con el paso del tiempo, se añadió un elemento religioso a la ceremonia. Hacia mediados del siglo V, la investidura podía celebrarse ante el palacio o incluso en el hipódromo, que ya funcionaba como lugar de expresión política popular. Allí, el pueblo aclamaba al emperador mientras un obispo o arzobispo lo bendecía, reconociéndolo como elegido por Dios o bajo su protección. Así, el poder del emperador se legitimaba no solo por el ejército y el Senado, sino también por la voluntad divina.

 Conclusión

El emperador romano no era solo un gobernante: representaba el equilibrio entre lo humano y lo divino. Su figura, cuidadosamente construida mediante rituales, gestos y símbolos, transmitía autoridad y distancia. Desde el gesto más simple hasta la ceremonia más solemne, todo estaba calculado para reforzar su posición. Esta imagen del poder, aunque a veces exagerada, ayudó a mantener la estabilidad del Imperio durante siglos. A través de ella, Roma proyectaba su fuerza al mundo y a sí misma.

Justiniano I(527-565)


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