Una colaboración de Pedro José Villanueva para Historia y Roma Antigua .
La figura del Quijote se yergue imponente sobre La Mancha, y es cosa de valientes lidiar con él.
El resto del rico patrimonio de la comunidad manchega, pasa a ser segundo plato en las visitas turísticas; aún así, no debemos obviar la importancia de este rico pasado que todos compartimos, y pocos conocemos suficientemente.
La Mancha está poblada de sorpresas, y en pleno corazón de la tierra del Quijote, se desdibuja serpenteando y mal herido, el que es uno de los acueductos más largos de Europa y Norte de África. Sí, como lo oyen: 25 kilómetros de pura ingeniería romana olvidada y oculta entre paredes de cal y muro labriego.
Restos del acueducto de Consuegra a principios del siglo XX |
El acueducto en cuestión, abastecía la presa romana de Consuegra, tomando sus aguas de Fuente Aceda en los Yébenes (Toledo), cerca del Castillo deteriorado de Guadalerzas, y transportándolas en un lento peregrinaje hasta Consaburum (Consuegra latinizado); 3.000 metros cúbicos diarios para abastecer a una población de casi 10.000 almas en aquel entonces.
Todo ello está perfectamente documentado por estudiosos, que supieron ver e interpretar la importancia del insigne monumento; desde el alférez de carabineros Domingo de Aguirre en el siglo XVIII, pasando por el investigador Francisco J. Giles en 1971 y terminando en los años 80 con el estudio de los historiadores R. del Cerro, F. Martínez y J.Porres. Pero me van a permitir hablarles de otro tipo de estudio, un estudio ilusionante que mantiene vivo lo poco que queda de la presencia del monumento:
El amor y apego por la tierra; el sentir de lo propio que te hace de dónde naces; la historia social, esa historia que pasa de generación dejando su huella. Todo esto se palpa en la población toledana de Urda.
Uno de los arcos que ha llegado hasta nuestros días |
Ejemplo de apego a la tierra, Clemente Fernández, no sucumbió a la llamada de la ciudad y trabaja sus tierras: viñas y olivos, con la esperanza de que las cosas mejoren y dejar un buen porvenir a sus dos hijos. Conduce el todo terreno con la maestría del que conoce cada palmo de terruño, y mientras rellena con combustible las bombas de agua que quitan las sed a las plantas, va señalándome los restos de todo aquello que el viajero busca y pocas veces logra encontrar. Aquí, la placa homenaje de tres ejecutados en la Guerra Civil Española corona un altillo a su paso por el camino; acullá, el esqueleto de un puente romano, que resiste estoicamente apoyado sobre el margen seco del arroyo a los pies del Castillo, mientras el ganado vacuno espanta moscas…Todo un ir y venir de curiosidades, fuera de las guías de turismo.
Nos apeamos en una era y cruzamos el campo seco de cardos espinosos, dirección a los restos de una vivienda caída por el paso del tiempo y el olvido de sus moradores—Sus hijos marcharon a Madrid y no quisieron saber.
—¡Ahí lo tienes! Eso es lo que queda de lo que hicieron los romanos para llevar el agua—Me revela orgulloso Clemente.
Observo parte de los pocos arcos del acueducto que quedan, estupefacto, contrariado al ver el estado en el que se encuentra el monumento, y sobre todo ¡maravillado! imaginando la multiplicidad de circunstancias que se han dado durante tantos años, para que el acueducto quedase de este modo tan singular, camuflado y a salvo de la destrucción. Ya nada queda de los 40 arcos que se contabilizaban en pie en el siglo XVIII, tan solo estos 7 supervivientes, emparedados como en los tétricos relatos de Edgar Alan Poe, encerrados entre ladrillo y mampostería de principios de siglo XX.
Vista desde el exterior del uno de los arcos. |
Después de las fotografías de rigor, incluida la de Clemente en uno de los arcos (cosa que me costó conseguir), volvemos a Urda, a la hospedería de 1906 La Casa del Médico (una villa al puro estilo toledano y mimada por sus propietarios) donde he estado hospedado los tres últimos días. Mientras recojo a toda prisa, pienso en la importancia de que personas como Clemente estén al paso de los viajeros, lo importante de que mantengan nuestra historia social.
La Mancha, sin lugar a dudas, tiene la esencia de lo que fue pensado y de lo que fue escrito.
¡Larga vida al acueducto!
Sic Transit Gloria Mundi
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