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viernes, 14 de noviembre de 2025

NI EL CLIMA, NI EL PLOMO, NI LOS BÁRBAROS. LAS VERDADERAS CUASAS DE LA CAIDA DEL IMPERIO ROMANO EN OCCIDENTE

Un texto de Federico Romero Díaz

Intruducción. 

A. La ruina final del Imperio


4 de septiembre del 476 d. C., probablemente en Rávena. Odoacro, caudillo de los hérulos al servicio de lo que quedaba del Imperio romano, se ha rebelado contra Orestes, padre del que es considerado por muchos el último emperador romano en Occidente: Rómulo Augústulo.

Orestes es asesinado en Placentia, pero Rómulo, apenas un niño, no es considerado lo suficientemente peligroso como para ser ejecutado y es enviado a un retiro vigilado al sur de Italia, probablemente Nápoles. Odoacro sabe que, por su condición de bárbaro, no puede proclamarse emperador —tampoco lo pretende— y envía a Constantinopla, al emperador de Oriente Zenón, los estandartes imperiales, proclamándose a si mismo Rex Italiae.

El Imperio romano en Occidente, al menos como Estado, había desaparecido. Poco se podía hacer para evitarlo. A Odoacro le avalaba la fuerza de sus guerreros hérulos, esciros y rugios, a los que repartió tierras en Italia. Allí la poderosa nobleza terrateniente senatorial supo adaptarse y apoyar el nuevo régimen, que respetó sus prerrogativas y privilegios.

Rómulo Augusto abdica ante Odoacro.( Il. W.C)

Por otro lado, Zenón, desde Constantinopla, toleró la existencia de este nuevo rex de Italia que decía gobernar en su nombre y en el de Nepote, el auténtico y verdadero último emperador romano, refugiado en Dalmacia tras el golpe de Estado de Orestes en el 475.

El Imperio en Occidente se había convertido en historia, y la pregunta es inevitable: ¿Cómo se ha llegado a esto?

Es evidente que no fue un proceso que sucediera en un breve espacio de tiempo, ni que podamos explicar por una sola causa. La historiografía ha propuesto más de doscientas teorías (la contaminación por plomo, la crisis de la religión tradicional romana tras el desarrollo del cristianismo, ya predominante a finales del siglo IV, la llegada de una supuesta glaciación, la práctica del socialismo de Estado, la barbarización no solo del ejército, sino también del Imperio, etc.).

Ninguna de ellas por sí sola —ni siquiera todas esas vistas en conjunto— explica un proceso histórico tan complejo como el que vamos a tratar de comprender aquí. Me conformo con que, tras la lectura de estas líneas, tengamos una idea más o menos cercana a la verdad histórica del proceso y podamos descartar bulos que, en algunos casos, nos han sido transmitidos a lo largo de los siglos.


B. La respuesta llega a través de las preguntas

Existe discusión entre los académicos sobre la auténtica fecha de la caída del Imperio y si debemos fijarla en la abdicación forzada, en Rávena, de Rómulo Augústulo el 4 de septiembre del 476 o en el asesinato de Nepote (probablemente el 25 de abril del 480). Julio Nepote fue el auténtico y legítimo emperador de Occidente, nombrado desde Constantinopla por la única autoridad legitimada para hacerlo, León I, emperador de Oriente. Sin embargo, tras un golpe de Estado fue depuesto por su magister militum (generalísimo) Orestes, padre del niño emperador. Realmente la fecha no es una cuestión importante. Sin embargo, si lo son estas preguntas :

¿Por qué sobrevivió el Imperio romano en Oriente casi mil años más?

¿Qué hizo bien Oriente y qué no supo hacer Occidente para sobrevivir a los retos que la historia le planteó?

Mapa del Imperio bizantino hacia el 550, cuando gobernaba Justiniano.( W.C)

Y me atrevo a lanzar una tercera cuestión tan importante o más que las anteriores:

¿Por qué el Imperio romano fue capaz de sobrevivir a la terrible crisis del siglo III, con sus salvajes invasiones bárbaras, continuas guerras civiles y crisis económica y demográfica, y no fue capaz de sobrevivir a la segunda mitad del siglo V?

I. El Esplendor Olvidado (Siglo IV)

A. Desmontando el mito de la decadencia. El siglo IV.

A lo largo de los siglos se ha extendido la idea de que los siglos IV y V representaron una etapa de continuo declive y decadencia que condujo inexorablemente a la caída del Imperio romano en Occidente. Sin embargo, la noción de que el Imperio cayó por una crisis económica, moral o militar es refutada tanto por la arqueología como por las fuentes contemporáneas.

Puede sorprender a más de uno, pero la verdad es que el siglo IV fue, en realidad, un período de crecimiento demográfico, expansión agrícola y comercial, y de aumento y reconstitución del poderío militar romano.

El Imperio romano en el S.IV. ( Il. del Ocaso de Roma para el libro En defensa de Roma)

B. Evidencias de vitalidad económica y demográfica

Crecimiento agrícola y económico en general:
Durante el siglo IV se produjo una expansión de la agricultura hacia territorios que hasta ese momento no habían sido explotados, como algunas regiones marginales de Siria, Libia y Argelia.

Regiones dinámicas:
Las zonas más pobladas, dinámicas y prósperas del Imperio —Asia Menor, Egipto, Siria, África del Norte, Grecia, la Galia central y meridional, y el norte de Italia— experimentaron un ciclo de crecimiento que se extendió desde el siglo IV hasta el VI. Estas regiones representaban más del 70 % del territorio y el 75 % de la población del Imperio.

Tampoco fue un momento de crisis demográfica; muy al contrario, fue una fase de crecimiento poblacional. Se calcula que el Imperio en su conjunto tenía más de 60 millones de habitantes y que en esta centuria algunos de los territorios romanos alcanzaron su máximo esplendor. Por ejemplo:

Britania alcanzó su máximo demográfico y económico, un nivel que no recuperará hasta el siglo XIV. Fundamentalmente, esto se debió a que los campos de sus grandes villae se convirtieron en proveedores del grano que consumían las legiones del limes renano-danubiano. Las provisiones se transportaban con rapidez y facilidad, ya desde tiempos de Constantino, a través de los ríos de Britania, el canal de la Mancha y la desembocadura del río Rin tierra adentro.

Britania en la Tabula Peutingeriana. WC.


África del Norte se convirtió en la región más rica y productiva del Imperio. Tanto es así que Occidente acabó dependiendo de ella para su propia existencia. Cuando en menos de diez años (429–439), fecha en la que Cartago fue tomada por los vándalos por sorpresa.La provincia se había perdido a manos de los bárbaros y el Imperio supo que estaba condenado a morir.

Il, de El Ocaso de Roma. Carlos de Miguel.

No era extraño: en el año 400 proporcionaba el 21 % de los ingresos del fisco; en 418, tras el abandono de provincias como Britania o la merma causada por los saqueos bárbaros a raíz de la invasión de la Nochevieja de 406–407 en la Galia e Hispania, representaba ya el 60 % de los ingresos fiscales de Occidente. El norte de África no recuperó los niveles de riqueza de principios del siglo V hasta el siglo XIX.

Si bien en el siglo III comenzó a cambiar la fisonomía de las ciudades —que fueron amurallándose y reduciendo su superficie por miedo a invasiones y guerras civiles—, también se multiplicaron los centros de poder imperial más cercanos a las fronteras, lo que incrementó la actividad comercial.

Muchas de las principales ciudades orientales y occidentales (Alejandría, Antioquía, Damasco, Gaza, Tinis) se expandieron en el siglo V, incluyendo suburbios dentro de sus nuevas murallas. En Occidente, Cartago, Milán, Colonia Agripina o Rávena también experimentaron notables crecimientos.

C. Capacidad logística y la falsa carga fiscal

El Estado romano mantenía un impresionante aparato administrativo y un poderoso ejército de unos 300.000 soldados hacia comienzos del siglo V, que absorbía la mayor parte de los ingresos. Se calcula que Juliano, en el 361, pudo movilizar unos 90.000 soldados para su campaña persa.

Cómo Imperio tricontinental, Roma poseía una extraordinaria capacidad de redistribución de recursos, pudiendo suplir con lo recaudado en un territorio las carencias de otro, o incluso paliarlas gracias a la generosidad imperial.

Un ejemplo: hacia el 419 d. C., 3.700 naves anonae se dedicaban a trasladar la producción africana en concepto de impuestos en especie (anona: trigo, aceite, salazones) para alimentar a los ciudadanos más pobres de Roma.

El mito de que la asistencia social —entregas gratuitas de alimentos y espectáculos— arruinó al Estado es débil, ya que afectaba a menos del 2 % de la población del Imperio. Además, en Constantinopla esas entregas continuaron hasta el 616 d. C. sin provocar la ruina del Imperio oriental.

Se trataba de un gasto fundamental para mantener la paz social en las capitales imperiales, aunque beneficiaba apenas al 1,6 % de la población total.

El sistema fiscal del siglo IV fue diseñado específicamente para financiar al ejército: alimentarlo, pagar a los foederati y costear las campañas. El fallo no fue el “Estado social”, sino la incapacidad del Estado occidental para recaudar suficientes ingresos —especialmente tras la pérdida de África— para sostener el ejército necesario que defendiera su vasto territorio.

Localización de las legiones romanas tras Septimio Severo (211). ( W.C)

III. Desafíos Estructurales y Falsas Causas .

A. El gigantismo y la división (sistema de cogobierno)

El Imperio era demasiado grande para ser gobernado por un solo hombre. Recordemos que se extendía por tres continentes y que, por muy bien organizado que estuviera y por rápidas que fueran las calzadas o las rutas marítimas, las distancias eran enormes. Eso dificultaba el buen gobierno.

No olvidemos que estamos en un mundo preindustrial y sin telecomunicaciones. Esto condujo, ya desde la época de Marco Aurelio —que dividió el gobierno del Imperio con Vero—, al sistema de cogobierno (diarquía, triarquía o tetrarquía). Estas fórmulas se ensayaron durante la grave crisis del siglo III, un momento trágico en la historia de Roma, del que el Imperio logró salir transformado en algo diferente, pero tan fuerte o más que el de Trajano o Septimio Severo.

Un problema estructural que Roma arrastró desde Augusto fue la falta de normas claras para la sucesión imperial. De tal manera que, a la muerte de un emperador, las tensiones políticas resurgían en forma de guerras civiles y usurpaciones que desgastaban las fuerzas del Imperio. En el siglo V, estos conflictos se volvieron fratricidas.

Algunos datos dan idea de su magnitud: en la batalla de Mursa (351), entre Constancio II y el usurpador Magnencio, murieron unos 50.000 legionarios romanos; en la batalla del Frígido (394), entre Teodosio y Eugenio, otros 55.000 efectivos. Pensemos que en el desastre de Adrianópolis (378) murieron unos 20.000 soldados romanos.

Comitatenses romanos . Il. Pawel Kaczmarczyk.

Eran legionarios que nunca volverían a sus cuarteles en el limes del que habían sido retirados para combatir entre ellos. Las fronteras se debilitaban sin remedio. Además, reemplazar a un legionario era algo muy costoso tanto en tiempo (por su formación) como en dinero (por su equipamiento).

B. El cristianismo como factor aglutinador

Aunque el cristianismo generó querellas internas —como el arrianismo contra el credo niceno o católico, hasta el último tercio del siglo IV—, en realidad actuó principalmente como un factor aglutinador y estabilizador.

A partir del 378, con el nombramiento del niceno Teodosio como emperador de Oriente, se impuso la versión nicena en ambas partes del Imperio, quedando el arrianismo a la defensiva y como un elemento de diferenciación entre los bárbaros (generalmente arrianos) y los romanos, de credo niceno.

En los primeros siglos del cristianismo como religión de Estado (del IV al IX), no era el Papa ni los obispos quienes representaban a Cristo en la Tierra: era el emperador. Era él quien fijaba el dogma y convocaba los concilios, lo que significaba que el poder político mantenía el control sobre la religión, evitando una fuente de debilitamiento.

La teoría de que el cristianismo, por ser una religión que predicaba el pacifismo, debilitó moralmente al ejército es falsa. Los siglos IV al VI —ya plenamente cristianos— vieron más guerras y victorias romanas que los siglos I al III. La mayor parte de los generales y soldados eran cristianos, y eso nunca les supuso un problema para empuñar sus armas.

C. ¿La barbarización del ejército?

Otro de los factores a los que se achaca la caída del Imperio romano en Occidente es la progresiva barbarización del ejército. ¿Es esto cierto?
En absoluto. He escrito un libro entero, En defensa de Roma. Bárbaros al servicio del Imperio romano, precisamente para demostrar lo contrario.

 Enlace al libro

De hecho, el número de bárbaros en el ejército, en comparación con el tiempo de Augusto, no era significativamente mayor. El 50 % de las tropas del siglo I no eran ciudadanos romanos, sino auxiliares procedentes de territorios no romanizados o recién conquistados. Una estimación pesimista ubica en torno al 20 % las tropas de origen bárbaro en el ejército de Teodosio I.

El verdadero problema no fue la composición del ejército, sino el quiebre de la disciplina. Tras el desastre de Adrianópolis, en el que casi la mitad del ejército de Oriente fue aniquilado, se sienta un precedente nefasto. Se tardó casi cinco años en obligar a los bárbaros —que vagaban saqueando el territorio imperial— a firmar un pacto: el del 382, que en realidad les confería autonomía dentro del Imperio.

Aunque debían acudir a combatir a la llamada del emperador, ya no lo harían integrados en unidades romanas, sino como aliados, bajo sus propios oficiales. Estos pueblos germánicos (godos, alanos, francos) ya no servían como tropas romanas bajo mando romano, sino bajo sus propios jefes, con intereses propios y responsabilidades hacia sus bandas armadas. Esto fragmentó la cadena de mando y debilitó el control imperial.

IV. Las verdaderas causas de la caída de Roma

  1. El egoísmo de la élite social en Occidente y el desigual reparto del poder real en Rávena

El factor decisivo fueron dos influencias nefastas y poderosas: la concentración de riqueza y la lucha despiadada por el poder entre las élites.

A lo largo de finales del siglo III y comienzos del IV, como resultado de la fusión entre los elementos más adinerados de la clase ecuestre y la tradicional clase senatorial, y de la progresiva desaparición de las clases medias urbanas, se gestó una de las clases sociales más poderosas y ricas de toda la historia: la oligarquía occidental.

Esta acumulaba la mayor parte de la tierra y las fortunas. Se calcula que unas 4.000 personas poseían más riquezas que el resto de los 60 millones de habitantes del Imperio.

Mapa realizado para En defensa de Roma por El Ocaso de Roma( Carlos de Miguel)

  1. Contraste con Oriente

Esta desigualdad era especialmente sangrante en Occidente. En el Imperio de Oriente, la clase senatorial —asentada desde la fundación de Constantinopla en el 330— no había tenido tiempo de consolidar su poder ni de acumular riqueza en la misma medida que en Occidente, donde sus raíces se hundían en los orígenes mismos de Roma.

En Oriente, la propiedad estaba más repartida y las ciudades eran más prósperas, manteniendo una sólida clase media de campesinos propietarios, artesanos y comerciantes. Eso dio al Imperio oriental una base fiscal y social más estable que a Occidente, donde la riqueza estaba concentrada en muy pocas manos.

Un ejemplo nos ayuda a visualizarlo: el diplomático oriental Olimpiodoro de Tebas relata que las familias nobles occidentales tenían rentas anuales en metálico de más de 4.000 libras de oro, además de otras 1.550 en especie. La suma bastaba para pagar la soldada anual de 60.000 soldados.

Todo esto sucedía en un contexto en el que el Estado romano en Occidente había tenido que reducir el número de sus tropas por falta de dinero. Mientras el Estado se veía forzado a disminuir el ejército, las élites preferían atesorar su oro o destinarlo a lujos y luchas políticas.

No financiaban la defensa común y, además, se oponían a que Roma contratara soldados bárbaros, pues sostenían que “a Roma debían defenderla los romanos”. Paradójicamente, eran los mismos que se negaban a ceder a sus colonos para el alistamiento.

Toda una paradoja: la clase social más privilegiada de la historia se negaba a sostener y financiar al Estado que garantizaba sus privilegios.

  1. La pérdida de África: la joya de la corona

África del Norte era la provincia más rica a finales del siglo IV y principios del V. Había permanecido relativamente a salvo de guerras civiles y de las invasiones que habían devastado Hispania o la Galia. Poseía una próspera economía que proporcionaba a Rávena más del 60 % de sus ingresos.

Ciudad de Cartago( Il. W.C)
¿Cómo pudo permitir Roma que ese territorio clave para su supervivencia cayera en manos de los vándalos? ¿Cómo pudo asistir Occidente, impotente, a la firma de su propia sentencia de muerte por inanición?

De nuevo, la respuesta está en las luchas internas.

En el 429, el gobernador de África, Bonifacio, estaba más preocupado por vencer a sus rivales políticos en Rávena que por hacer frente a los invasores vándalos, que, cansados de veinte años de lucha en Hispania, decidieron dar el salto a la provincia más rica del Imperio.

Los dirigentes —la emperatriz Gala Placidia y los generales Aecio y Félix— estaban enredados en sus fratricidas luchas por el poder y trataron de utilizar a los vándalos en su propio juego.

Cuando resolvieron sus diferencias e intentaron obligar a los vándalos a regresar a Hispania, ya era demasiado tarde. Los germanos habían desembarcado con la intención de no volver, y en menos de diez años (429–439) habían conquistado toda la provincia africana de Roma, cayendo Cartago por sorpresa.

Ni siquiera la ayuda de Oriente, que envió a hombres capaces como Aspar, fue suficiente. Occidente, consciente de que acababa de firmar su sentencia de muerte, intentó recuperar la provincia varias veces —siempre con apoyo oriental—, pero fracasó:

  • 441, con Valentiniano III, abortada porque Oriente tuvo que retirar sus fuerzas.

  • 460, con el emperador Mayoriano (para mí, el último gran emperador romano de Occidente), que fue derrotado por traición en las costas de Hispania.

  • 468, con la gran expedición de León I al mando de Basilisco, que acabó en desastre y selló definitivamente el destino de Roma en Occidente.

Privado de los recursos africanos, el Imperio occidental murió por inanición.

  1. El desigual reparto del poder real en Occidente y Oriente

Fue responsabilidad de Teodosio que se produjera un desigual reparto del poder real en Occidente respecto a Oriente. La desigualdad militar fue un factor crucial en el colapso occidental.

En Occidente, tras la derrota del usurpador Magno Máximo en 388, en la batalla del Sava, Teodosio repuso en el poder al joven Valentiniano II, pero bajo la tutela de un magister militum de Occidente que acumulaba el mando de todas las fuerzas militares: el verdadero poder real.

Esa figura tenía, de facto, al emperador en sus manos. Las luchas internas ya no se libraban para decidir quién sería el próximo emperador, sino quién ocuparía el cargo de generalísimo.

Solo el primero, Bauto, ejerció con honradez. Sus sucesores —Arbogastes, Estilicón, Aecio, Ricimero— fueron hombres ambiciosos que ejercieron un poder superior al de sus emperadores, creando inestabilidad en momentos de crisis e invasiones.

Los favoritos del emperador Honorio de J.W.Waterhouse 1883.


Cuándo generales competentes como Aecio o Estilicón eran asesinados por rivalidades políticas (Valentiniano III ordenó matar a Aecio; Honorio hizo lo mismo con Estilicón), el Imperio perdía a sus mejores defensores.

De hecho, el asesinato de Aecio en 454 marcó el punto de no retorno. Fue asesinado por el propio emperador Valentiniano III, instigado por aristócratas opuestos a las políticas del generalísimo, que pretendía obligarles a aportar parte de su oro para salvar el Imperio.

Al contrario que en Occidente, el emperador oriental mantuvo el control del poder militar gracias a una mejor distribución de la fuerza. El mando se dividía entre cinco generales (Magistri Militum), lo que impedía que uno solo concentrara demasiado poder.

Así, en caso de rebelión, el emperador podía apoyarse en unos contra otros, evitando que un hombre eclipsara al trono.

V. La cuestión de los bárbaros

Los líderes occidentales —Estilicón, Ricimero, Aecio— se vieron obligados a integrar continuamente pueblos germánicos en sus ejércitos, muchas veces para usarlos como mercenarios en sus guerras civiles internas.

Esto tuvo efectos devastadores: los bárbaros actuaban como parte de estos conflictos romanos en función de sus propios intereses y ambiciones.

De hecho, hay carreras políticas, como la de Aecio, imposibles de explicar sin el apoyo continuo que le prestaron los hunos. Con su ayuda combatió durante casi treinta años a enemigos internos —como Gala Placidia o Bonifacio— y externos —como burgundios y visigodos—, utilizando a los bárbaros como herramienta militar y política.


  1. Las fechas que debemos de recordar en el enfrentamiento de Roma y los bárbaros.

  • 378 d. C. (Adrianópolis): los visigodos, invitados a entrar en el Imperio en 376 para huir de los hunos, se sublevan y derrotan al ejército romano, demostrando que las legiones ya no son invencibles.

  • 406 d. C. (El Rin): la frontera se rompe de forma brutal. Suevos, vándalos y alanos cruzan masivamente el Rin sin apenas resistencia, pues las legiones estaban concentradas en Italia defendiendo al Imperio de la amenaza visigoda.

410 d. C. (Saqueo de Roma): los visigodos de Alarico saquean Roma, un golpe psicológico enorme para el mundo romano.
Oficial romano inspeccionando las bajas tras una batalla   .   
durante el Bajo Imperio. Autor A. McBride
  1. La ocupación territorial

El resultado inevitable fue que los pueblos que entraron —suevos, visigodos, vándalos, francos— dejaron de ser mercenarios y se convirtieron en los señores del territorio que ocupaban.

Para el 472 d. C., el Imperio occidental se había reducido a Italia, parte de la Galia y un fragmento de Hispania, perdiendo el 70 % de su población, el 85 % de sus ingresos y el 70 % de su territorio.

La estructura imperial occidental, desgarrada por luchas internas, guerras civiles y dependencia militar de los bárbaros, había dejado de existir en la práctica mucho antes del 476.

VI. Conclusión: El verdugo y el legado

Como ya hemos comentado, la caída del Imperio romano de Occidente no fue causada por el clima. De hecho, fue un momento muy favorable climáticamente hablando. El siglo IV —el inmediatamente anterior al colapso— coincide con el mejor periodo del llamado “Óptimo Climático Romano”, caracterizado por temperaturas benignas y buenas cosechas.

Tampoco las epidemias fueron la causa. En cuanto a la supuesta intoxicación por plomo, solo un 5 % de la población del Imperio, como máximo, se abastecía de agua conducida por cañerías de plomo. Estas se limitaban a las grandes ciudades y a las viviendas de las élites. La inmensa mayoría de los habitantes obtenía el agua de pozos, cisternas o acueductos, que la transportaban, pero no la distribuían mediante tuberías de plomo.

Tampoco lo fueron el cristianismo ni la pobreza.

La caída del Imperio en Occidente, como Estado, fue causada por los propios emperadores, senadores, cortesanos y generales romanos.
Fueron ellos quienes arruinaron la mitad occidental del Imperio con su desmedida ambición de oro y poder.

La clave del éxito de Oriente radicó en su mayor dinamismo económico, el menor poder de sus élites senatoriales y la división del mando militar, que impidió que un general eclipsara al emperador.

En cambio, en Occidente, la concentración de poder político y militar llevó a una sucesión de guerras civiles y a la ruina del Estado.

Y tras este humilde repaso a las causas que acabaron con un Estado que había durado siglos, espero que nosotros, los herederos del legado romano, saquemos algunas lecciones. que nos permitan afrontar con mayor éxito que nuestros ancestros romanos los retos que sin lugar a dudas, la historia aún nos tiene reservados


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