Un texto de Ivan La Cioppa para Historia y Roma Antigua
Con estas palabras Amiano Marcelino se refiere a Flavio Claudio Juliano, uno de los últimos defensores del «Mos maiorum» y de la religión pagana contra el cristianismo que lo tildó de «apóstata»
"Un hombre ciertamente digno de ser incluido entre los genios heroicos, admirable por sus ilustres hazañas y majestad innata".
Miniatura de Juliano realizada por Iván La Cioppa |
Convertido en emperador a los 32 años, reinó apenas 20 meses, un tiempo muy breve en el que, sin embargo llevó a buen fin una política tanto dentro como fuera de sus fronteras que le proporcionó un puesto de importancia en la historia romana . Su madre Basilina era hija del prefecto pretoriano Julio Juliano, mientras que su padre Julio Constancio era hermanastro del emperador Constantino. Debido a su ilustre linaje, todos esperaban una brillante carrera para el pequeño Juliano. Lamentablemente, el destino se ensañó inexorablemente con su vida. La madre murió pocos meses después de darle a luz. Cuando tenía seis años tuvo que enfrentarse con otra tragedia. Constantino murió, dejando el Imperio a sus tres hijos Constancio, Constantino y Constante, quienes, para fortalecer su poder, mandaron ejecutar a todos aquellos familiares considerados peligrosos. Entre ellos también se encontraba el padre de Juliano, Julio Constancio, asesinado junto a su hijo mayor, sus hermanos y sobrinos. Solo se salvaron los más pequeños, Juliano y Galo. El primero fue enviado a Capadocia donde, aislado y bajo estrecha vigilancia, recibió una educación cristiana por parte del obispo Eusebio. La asignación de como tutor de Juliano de Mardonio, un ilustre hombre de letras muy apreciado en la corte supondrá un brusco cambio en la formación espiritual de nuestro protagonista. Fue él quien estimuló en el joven la pasión por la cultura clásica y la fe en la religión pagana, que logró mantener bien escondida por miedo a seguir el mismo destino de sus seres queridos.
Apartado
de la vida política y social y traumatizado por el exterminio de su familia,
Juliano se dedicó por completo a sus estudiosy a escribir numerosas obras
literarias. El poder y la ambición eran para él los males que habían llevado a
Roma al colapso cultural y político. Según Juliano el cristianismo había
desvirtuado la verdadera esencia del Imperio. La única solución era regresar al
«Mos maiorum» y la religión antigua. Pasaron los años y después de varios
altibajos, el destino finalmente le fue propicio. El emperador Constancio II,
ahora solo en el poder y en dificultades políticas y militares, decidió confiar en su único pariente
superviviente, su primo Juliano. Fue nombrado “César” y enviado a Galia
para restaurar el orden en la provincia. Juliano aceptó el puesto aunque no
tenía formación militar: para otros hubiera representado un problema, pero no
para él. Durante su vida había estudiado obras como los “Comentarios” de César,
las “Vidas paralelas” de Plutarco y las “Historias” de Polibio con las que
había aprendido, al menos teóricamente, el arte de la guerra. Se puso manos a
la obra y, con la ayuda de su amigo Salustio, comenzó a entrenarse y educarse
en el combate.
Como César y Trajano, lucharía junto a sus soldados en el campo de batalla, no se limitaría a dar sus órdenes desde lejos. Legendaria fue su victoria en la batalla de «Argentoratae» o de Estrausburgo en el 357 contra los Alamanes y en las siguientes, que devolvieron a la estabilidad la frontera del Rin.
Batalla de Argentoratum, 357 |
Su destino se estaba cumpliendo. Meses después Constancio murió y, finalmente, Juliano fue reconocido como “Augusto” en todo el imperio. Con el poder recién adquirido, comenzó a trabajar para limitar el poder de los cristianos y revivir la antigua religión romana, sin ponerse nunca oficialmente de su lado pero promulgando leyes para asegurar la tolerancia religiosa.
Era un gobernante prudente y sagaz y trató de luchar contra la corrupción, pero tuvo que emprender una última gran empresa, pues deseaba continuar las hazañas de Alejandro Magno. Con auspicios favorables, decidió atacar a los Partos, enemigos a los que Roma nunca había logrado someter del todo. Después de una serie de victorias, los romanos llegaron hasta las murallas de Ctesifonte (capital del Imperio Sasanida) pero tuvieron que retirarse porque se acercaba nuevas fuerzas persas. Durante una escaramuza el Emperador, que acudió sin armadura, fue alcanzado por una lanza en el costado. La herida resultó ser mortal. Lo llevaron a su tienda, pero no hubo nada que hacer.
Pronto Juliano murió y con él los últimos fuegos del paganismo. Murió también uno de los últimos auténticos romanos, alguien que nadie olvidaría en los siglos sucesivos y hasta el día de hoy.
"Tenía
todas las cualidades de Trajano; todas las virtudes de Catón, e incluso todas
las que admiramos en Julio César; y también tenía la continencia de Escipión.
Finalmente, fue en todo igual a Marco Aurelio, el primero de los hombres".
(Nota) Para realizar la miniatura de la foto, me apoyé en el consejo de dos grandes eruditos y recreadores del Imperio tardío, Marco Cecini y Frank Geza. Este último interpreta el personaje de Juliano en las recreaciones y gracias a ello pude inspirarme en él para algunos detalles de mi trabajo.
Icono donde se representa a San Mercurio matando al emperador Juliano. Iglesia de San Mercurio. El Cairo. Wikimedia Commons |
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Os dejamos UN ENLACE por si queréis haceros con un ejemplar de "La legión que vino del mar" de Iván La Cioppa.