lunes, 28 de mayo de 2018

"NO CON ORO SINO CON HIERRO SE LIBERA LA PATRIA". ¿QUIÉN FUE MARCO FURIO CAMILO?

 Por Manuel Martínez Peinado.

“Marco Furio Camilo derrota a los galos” Mariano Rossi

"Vere vir unicus in omni fortuna, princeps pace belloque" escribía Tito Livio tres siglos más tarde sobre él. “Único en toda fortuna, el primero en la paz y en la guerra” sería una traducción más bien literal, pero que viene al caso; pues pienso que Livio se refiere a la fortuna, no como hoy la entendemos, solo con carácter positivo, sino también al contrario. Camilo fue único en todo tipo de suerte; tanto en lo bueno como en lo malo.

 Plutarco lo describe en sus “Vidas Paralelas” como un hombre inteligente, capaz de lograr la máxima autoridad aun estando solo, o la gloria individual aun estando acompañado. Como principales virtudes cita su moderación, por la que mandaba de un modo que no suscitaba envidia, y la prudencia, que a juicio de todos le daba el primer lugar. Muchos años más tarde, ya en los albores de nuestra época, el premio nobel Theodor Mommsem lo cita en su “Historia de Roma” como el general más famoso de la ciudad y, de igual modo, George Dumezil en su “Camillus. Un estudio de la religión indoeuropea como "Historia de Roma” lo disecciona como mito, como icono, convirtiéndolo en el héroe solar por antonomasia de la historia romana, el héroe de Aurora, del amanecer romano.

 Lo cierto es que no sabemos con exactitud quién fue Camilo. Su época nos llega narrada por autores que escriben muchos años después de sus hazañas. Como un Mio Cid, el héroe cabalga entre la realidad y la leyenda, haciendo casi imposible distinguir la una de la otra en la compleja maraña del tiempo. Con certeza sabemos que entre los siglos V y IV a.C. existió un tal Marcus Furius Camillus que ostentó cinco veces el cargo de "dictator". Ocupación sin duda muy diferente al modelo que hoy nos ronda la cabeza y que, en contra de lo que nos sugiera la palabra, era toda una responsabilidad en la joven República de Roma de aquellos años. El dictador era nombrado por uno de los cónsules a petición del senado y del pueblo cuando la situación era desesperada. Roma estaba en peligro y hacía falta un héroe que tomara las riendas de la situación. Una vez se resolvía el problema el dictador abandonaba el cargo y por regla general no volvía a ostentarlo. Solo algunos casos rompieron esa regla; César lo ostentó en cuatro ocasiones, y ahí lo dejo.

El Senado lo nombraría "Conditus Secundus Romae" (Segundo Fundandor de Roma) un honor que solo Rómulo había portado y que lo reconocería como el más importante entre sus conciudadanos. Ningún otro había llegado donde Camilo ni había conducido Roma de aquella forma en esos tiempos primigenios que, sin duda, forjaron los cimientos de la que sería llamada siglos más tarde “La Ciudad Eterna”.

De su infancia no queda rastro alguno. Solo sabemos que pertenecía a una gens conocida como furii -los furios- que habían ostentado puestos de relevancia ya en el siglo anterior a su nacimiento. De su cognomen, Camillus, podemos extraer que o bien ejerció como tal -los camilos eran algo así como el equivalente romano a los monaguillos en la religión católica- y por eso adoptó ese apodo o bien lo adquirió de algún antepasado suyo del que no queda constancia. De su adolescencia, igualmente, es casi nada lo que sabemos. Ostentó el cargo de censor, de reciente creación, como recompensa al parecer por su valentía y arrojo, tras permanecer en una batalla después de ser herido en la pierna y mantenerse firme. Se recuerda de aquellos años su medida de obligar a los hombres solteros a casarse con las viudas, cuyo número, tras las incontables guerras contra equos, volscos, veyenses y faliscos, se había visto muy incrementado en la ciudad. Después volvemos a tener silencio histórico durante años y la vuelta al poder ya convertido en tribuno consular(1) durante la larga contienda contra la ciudad etrusca de Veyes. Ostentaría este cargo en varias ocasiones, significándose siempre, antes de que finalmente el senado lo nombrara dictador.

Para cuando Camilo llegó a la dictadura, hacia el 396 a.C., Roma llevaba ya diez años de guerra ininterrumpida en la que tuvieron por primera vez que asediar una ciudad pasando el invierno fuera de sus casas. Este fue, como podrán imaginar, un acontecimiento sin duda histórico y que trajo no pocos problemas internos en una época en la que la guerra solo se hacía cuando tocaba, que no era durante los meses fríos, en los que se dedicaban más a otros menesteres más cálidos que andar asediando otras ciudades teniendo que aguantar las frías noches invernales, mientras el enemigo descansaba en sus casas, resguardado tras sus muros.

Pero no pudo el Senado Romano acertar más en su elección; pues, al poner el mando en manos de Camilo, prodigios aparte(2) , la guerra estaba sentenciada. Venció primero a los aliados de Veyes, los Capenates y Faliscos, obligándoles a retirarse a sus ciudades, reforzó el cerco sobre la ciudad etrusca y la tomó al asalto, llevándose tesoros, trofeos e incluso a su diosa regente, Uni (Juno), a la que dedicaría un templo en Roma.

De esto último cabe destacar su palpable simbolismo. Camilo se lleva a Juno de su casa (Veyes) hasta la suya (Roma). Poco antes, cuando es elegido dictador, se encomienda a la Mater Matuta, diosa del amanecer a la que se identifica con otro de los rostros de la propia Juno. Emulación del rapto de las sabinas, reminiscencia del marido tomando a su esposa y llevándosela de su antigua casa a la suya propia, tal cual formaba parte del ritual romano de la confarreatio o singular juego místico o divino, son muchas las interpretaciones que de este hecho pueden hacerse y se han hecho ya.

Historia de Hércules – Juno y Hércules Nöel Coypel
Con aquella victoria Roma duplicaba por vez primera su ager, su territorio, y se convertía en la primera potencia de la península, por encima del resto de ciudades etruscas, latinas y griegas. Dedicó también, por aquel entonces, un templo a la diosa Fortuna que, como ya hemos dicho, no siempre le devolvió la sonrisa. Tras llegar a lo más alto, y quién sabe si no por sentirse esta diosa celosa de que, pese a los cuidados que le dispensó, hubiera elegido Camilo a Juno en su lugar, le sobrevino una de sus peores épocas. Se le había concedido un triunfo como recompensa indiscutible por su victoria y fue sin duda aquel triunfo el más sonado de la historia de Roma. Camilo apareció montado sobre una cuadriga tirada por cuatro caballos blancos, una prerrogativa única de Júpiter Óptimo Máximo como así se podía contemplar por aquel entonces en el frontón de su templo en el Capitolio. Aquel gesto sirvió de acicate para que sus enemigos comenzaran a porfiar, aduciendo que aquel no solo se creía ya rey, sino dios. A esto, pues nunca vienen solas las desgracias, se sumaron también acusaciones de malversación -ya ven que esto no es nada nuevo- y otros muchos problemas que pese a todo Camilo lidió, tal vez engulléndolos y escupiéndolos después, como dice la famosa canción que entonaba Sinatra.

“El triunfo de Camilo” Cecchino Del Salviati
 Derrotó también a los faliscos, solo que esta vez no por las armas, sino como consecuencia del honor mostrado cuando, durante el asedio a la ciudad, le fueron entregados un grupo de niños de nobles familias de mano de su tutor. Lejos de aprovechar aquella deshonrosa ventaja, desnudó y ató al hombre, armó a los niños con varas y los hizo devolver a la ciudad mientras las usaban en las nalgas del traidor (Roma no pagaba ya a traidores por aquel entonces). Los ciudadanos de Faleria conmovidos y admirados por aquel noble gesto, mandaron enseguida embajadores para poner fin a la guerra con Roma y se unieron al cada vez mayor grupo de ciudades aliadas, sobre las que, si hacemos caso a Niccoló di Maquiaveli, sustentaría la República Romana su futuro poder.

En cuatro veces más sería nombrado dictador. La segunda, tal vez la más importante, incluso haciéndolo retornar del exilio al que se había visto obligado cuando sus enemigos lo acusaron de enriquecerse con sus victorias. Roma volvió a llamar al héroe exiliado para salvar la ciudad en uno de los pocos momentos de absoluta vulnerabilidad que tendría a lo largo de su extensa historia. Una coalición de tribus de más allá de la Etruria, venidos del norte al parecer atraídos por el vino de Italia, los galos, habían atacado varias ciudades etruscas. Hecho que Roma, en su actual papel de potencia, no podía tolerar y acudió en ayuda de aquellas en calidad de “el más duro del barrio”. Pero la bravuconada le saldría cara, pues los galos, a los que nunca antes se habían enfrentado y cuyo estilo de batallar nada tenía que ver con lo que Roma hubiese conocido hasta la fecha, les vencieron totalmente en la batalla del Alia, río que desemboca en el Tiber, y siguieron avanzando hasta llegar a la ciudad, que aunque avisada no tenía ya capacidad para poder defenderse. Los romanos no pudieron sino hacer las maletas, tomar lo más importante y largarse, con la única excepción del Capitolio, donde quedaron algunos valientes que resistieron impotentes a la toma del resto de la ciudad.

 Llegados a esta situación de máximo infortunio, como imaginarán, tuvieron necesidad de su más importante héroe de nuevo. Fue llamado Camilo y respondió. "Non aurum sed ferrum liberanda patria est" –no con oro sino con hierro se libera la patria- dicen que le dijo a Breno, el líder galo, que poco antes, cuando el senado romano le había recriminado hacer trampas en el trato para liberar a la ciudad, se había jactado con aquella frase que con posterioridad sería famosa en Roma y en el mundo entero: Vae Victis -¡Ay de los vencidos!-, justo antes de expulsarlo de la ciudad y vencerle luego, al amanecer, como correspondía a su sino. Tras estos hechos y bajo su mando, Roma fue reconstruida, levantados de nuevo sus templos y edificios que habían quedado destruidos o mancillados, así como sus mismos muros, de los que hoy aún permanece algún resto arqueológico y que son llamados Muro Serviano por la tradición, pese a que fue Camilo y no el viejo rey quien los construyó.

“Camilo rescata a Roma de Breno” Sebastiano Ricci

Su última dictadura le aconteció ya anciano. Había salvado Roma varias veces del desastre y una vez más se le pedía que lo hiciera ante la llegada de los pueblos celtas por el norte. Como es de esperar, aquello pondría los pelos de punta a los ciudadanos que recordarían cómo la última vez, y pese a que finalmente consiguieran expulsarlos, aquellos invasores les habían tomado la ciudad casi sin despeinarse. Pero esta vez fue muy diferente, porque entre otras cosas Camilo había reformado el ejército romano, que no sería ya jamás el clásico ejército hoplita que en aquella época era común a la mayoría de los pueblos versados en el arte de la guerra. Ya se hablaba de manípulos, hastati, princeps y triarii. El ejército romano, para adaptarse a sus nuevos enemigos, se había reorganizado, había copiado lo que más le gustaba de sus numerosos adversarios y había innovado, como siempre hizo y haría con el paso de los tiempos, constituyendo el germen del que sería el más poderoso ejército que hollara la tierra.

Camilo volvió a derrotar completamente a sus enemigos, y ya cansado, volvió a Roma para poner fin a la última de las guerras. Aquella que había desangrado la ciudad por dentro y que desde hacía siglos venía reproduciéndose año tras año: la guerra entre órdenes. Pues Camilo, aún con sus poderes de dictador, y pese a no haber sido nunca afín a la causa plebeya, terminó aquella contienda convenciendo a unos y a otros en el Senado de la importancia de no discriminar a toda una parte de la sociedad que, pasado lo pasado, era tan romana como la otra. Consintió la mayoría ante las palabras del viejo general y les fue permitido a los plebeyos concurrir en igualdad de condiciones al cargo de cónsul. Así, por vez primera, fue elegido uno de entre la plebe para ocupar la sella curulis del cónsul junto a un patricio. Para conmemorar aquellos hechos, y siendo esta su última acción, dedicó un templo a Concordia.

Esta es, en resumen, la historia de Marco Furio Camilo, o tal vez sería más adecuado decir su leyenda. Si lo contado aquí aconteció así o no, es aún hoy objeto de debate y temo que lo seguirá siendo. Aunque estarán de acuerdo conmigo en que la historia del personaje bien merece novelarse con cariño.


NOTAS

1.Los Tribuni Militum Consulari Potestate (Tribunos militares con poder consular) fueron elegidos en Roma como consecuencia de los conflictos entre la plebe y los patricios, en sustitución de los cónsules, cargo en aquella época que solo los patricios podían ostentar. Su número inicial parece que fue de tres, aunque se iría incrementando hasta duplicarse.
2.Me refiero al prodigio del Lago Albano, según el que, si Roma drenaba las aguas crecidas de este lago, ganaría la guerra
3.Confarreatio: Ceremonia arcaica de matrimonio en Roma.

1 comentario:

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    .Los Tribuni Militum Consulari Potestate (Tribunos militares con poder consular) fueron elegidos en Roma como consecuencia de los conflictos entre la plebe y los patricios, en sustitución de los cónsules, cargo en aquella época que solo los patricios podían ostentar. Su número inicial parece que fue de tres, aunque se iría incrementando hasta duplicarse.

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