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martes, 28 de diciembre de 2021

JULIANO, EL APOSTATA. LA HISTORIA DEL ÚLTIMO EMPERADOR PAGANO DE LA ANTIGUEDAD

Un texto de Ivan La Cioppa para Historia y Roma Antigua 

Con estas palabras Amiano Marcelino se refiere a Flavio Claudio Juliano, uno de los últimos defensores del «Mos maiorum» y de la religión pagana contra el cristianismo que lo tildó de «apóstata»

"Un hombre ciertamente digno de ser incluido entre los genios heroicos, admirable por sus ilustres hazañas y majestad innata"

Miniatura de Juliano realizada por Iván La Cioppa

Convertido en emperador a los 32 años, reinó apenas 20 meses, un tiempo muy breve en el que, sin embargo llevó a buen fin una política tanto dentro como fuera de sus fronteras que le proporcionó un puesto de importancia en la historia romana . Su madre Basilina era hija del prefecto pretoriano Julio Juliano, mientras que su padre Julio Constancio era hermanastro del emperador Constantino. Debido a su ilustre linaje, todos esperaban una brillante carrera para el pequeño Juliano. Lamentablemente, el destino se ensañó inexorablemente con su vida. La madre murió pocos meses después de darle a luz. Cuando tenía seis años tuvo que enfrentarse con otra tragedia. Constantino murió, dejando el Imperio a sus tres hijos Constancio, Constantino y Constante, quienes, para fortalecer su poder, mandaron ejecutar a todos aquellos familiares considerados peligrosos. Entre ellos también se encontraba el padre de Juliano, Julio Constancio, asesinado junto a su hijo mayor, sus hermanos y sobrinos. Solo se salvaron los más pequeños, Juliano y Galo. El primero fue enviado a Capadocia donde, aislado y bajo estrecha vigilancia, recibió una educación cristiana por parte del obispo Eusebio. La asignación de como tutor de Juliano de Mardonio, un ilustre hombre de letras muy apreciado en la corte supondrá un brusco cambio en la formación espiritual de nuestro protagonista. Fue él quien estimuló en el joven la pasión por la cultura clásica y la fe en la religión pagana, que logró mantener bien escondida por miedo a seguir el mismo destino de sus seres queridos.

Apartado de la vida política y social y traumatizado por el exterminio de su familia, Juliano se dedicó por completo a sus estudiosy a escribir numerosas obras literarias. El poder y la ambición eran para él los males que habían llevado a Roma al colapso cultural y político. Según Juliano el cristianismo había desvirtuado la verdadera esencia del Imperio. La única solución era regresar al «Mos maiorum» y la religión antigua. Pasaron los años y después de varios altibajos, el destino finalmente le fue propicio. El emperador Constancio II, ahora solo en el poder y en dificultades políticas y militares, decidió confiar en su único pariente superviviente, su primo Juliano. Fue nombrado “César” y enviado a Galia para restaurar el orden en la provincia. Juliano aceptó el puesto aunque no tenía formación militar: para otros hubiera representado un problema, pero no para él. Durante su vida había estudiado obras como los “Comentarios” de César, las “Vidas paralelas” de Plutarco y las “Historias” de Polibio con las que había aprendido, al menos teóricamente, el arte de la guerra. Se puso manos a la obra y, con la ayuda de su amigo Salustio, comenzó a entrenarse y educarse en el combate.

Como César y Trajano, lucharía junto a sus soldados en el campo de batalla, no se limitaría a dar sus órdenes desde lejos. Legendaria fue su victoria en la batalla de «Argentoratae» o de Estrausburgo en el 357 contra los Alamanes y en las siguientes, que devolvieron a la estabilidad la frontera del Rin.

Batalla de Argentoratum, 357


Sus hazañas resonaban ahora en todo el imperio. Su valentía y humildad se hicieron proverbiales. No le gustaba el lujo y llevaba una vida espartana, siempre dispuesto a escuchar a los demás y corregir sus errores. Su carácter pronto le ganó la simpatía y el respeto de sus soldados. Mientras tanto, Constancio, celoso de su primo y necesitando tropas para desplegar contra los partos, le pidió que le enviara aproximadamente la mitad de su ejército. La noticia fue mal recibida por los soldados acantonados en «Lutetia», actual París, que no querían dejar a sus familias en la Galia. Hubo un levantamiento y Juliano decidió tomar posición prometiendo a sus soldados que no serían enviados a Oriente. Estas palabras provocaron una oleada de entusiasmo y júbilo. Juliano, siguiendo las antiguas tradiciones bárbaras, fue alzado en un escudo por los auxiliares Bátavos, Hérulos y por otras unidades como la de los Petulantes y, tras ceñirle la cabeza con una diadema, fue proclamado emperador.

Su destino se estaba cumpliendo. Meses después Constancio murió y, finalmente, Juliano fue reconocido como “Augusto” en todo el imperio. Con el poder recién adquirido, comenzó a trabajar para limitar el poder de los cristianos y revivir la antigua religión romana, sin ponerse nunca oficialmente de su lado pero promulgando leyes para asegurar la tolerancia religiosa.

Era un gobernante prudente y sagaz y trató de luchar contra la corrupción, pero tuvo que emprender una última gran empresa, pues deseaba continuar las hazañas de Alejandro Magno. Con auspicios favorables, decidió atacar a los Partos, enemigos a los que Roma nunca había logrado someter del todo. Después de una serie de victorias, los romanos llegaron hasta las murallas de Ctesifonte (capital del Imperio Sasanida) pero tuvieron que retirarse porque se acercaba nuevas fuerzas persas. Durante una escaramuza el Emperador, que acudió sin armadura, fue alcanzado por una lanza en el costado. La herida resultó ser mortal. Lo llevaron a su tienda, pero no hubo nada que hacer. 

Pronto Juliano murió y con él los últimos fuegos del paganismo. Murió también uno de los últimos auténticos romanos, alguien que nadie olvidaría en los siglos sucesivos y hasta el día de hoy. 

He aquí un pasaje de Voltaire que se refiere a Juliano, y que lo dice todo sobre este gran personaje:

"Tenía todas las cualidades de Trajano; todas las virtudes de Catón, e incluso todas las que admiramos en Julio César; y también tenía la continencia de Escipión. Finalmente, fue en todo igual a Marco Aurelio, el primero de los hombres".

(Nota) Para realizar la miniatura de la foto, me apoyé en el consejo de dos grandes eruditos y recreadores del Imperio tardío, Marco Cecini y Frank Geza. Este último interpreta el personaje de Juliano en las recreaciones y gracias a ello pude inspirarme en él para algunos detalles de mi trabajo.

Icono donde se representa a San Mercurio matando al emperador Juliano.
Iglesia de San Mercurio. El Cairo. Wikimedia Commons
ARTICULOS DE IVAN LA CIOPPA

EL VINO, ALIMENTO SAGRADO Y PRODUCTO SOCIAL.

LOS ROMANOS Y EL ACEITE DE OLIVA. UNA HISTORIA DE AMOR

LA CURIOSA HISTORIA DEL COLOR AZUL EN EL MUNDO ROMANO.

SATURNALIA. LA FIESTA ROMANA POR EXCELENCIA

Os dejamos UN ENLACE por si queréis haceros con un ejemplar de "La legión que vino del mar" de Iván La Cioppa.



domingo, 26 de diciembre de 2021

EL QUIJOTE TIENE ACUEDUCTO. EL ACUEDUCTO DE CONSUEGRA, TOLEDO.

Una colaboración de Pedro José Villanueva para Historia y Roma Antigua .

La figura del Quijote se yergue imponente sobre La Mancha, y es cosa de valientes lidiar con él.

El resto del rico patrimonio de la comunidad manchega, pasa a ser segundo plato en las visitas turísticas; aún así, no debemos obviar la importancia de este rico pasado que todos compartimos, y pocos conocemos suficientemente.

La Mancha está poblada de sorpresas, y en pleno corazón de la tierra del Quijote, se desdibuja serpenteando y mal herido, el que es uno de los acueductos más largos de Europa y Norte de África. Sí, como lo oyen: 25 kilómetros de pura ingeniería romana olvidada y oculta entre paredes de cal y muro labriego. 

Restos del acueducto de Consuegra a principios del siglo XX

El acueducto en cuestión, abastecía la presa romana de Consuegra, tomando sus aguas de Fuente Aceda en los Yébenes (Toledo), cerca del Castillo deteriorado de Guadalerzas, y transportándolas en un lento peregrinaje hasta Consaburum (Consuegra latinizado); 3.000 metros cúbicos diarios para abastecer a una población de casi 10.000 almas en aquel entonces.

Todo ello está perfectamente documentado por estudiosos, que supieron ver e interpretar la importancia del insigne monumento; desde el alférez de carabineros Domingo de Aguirre en el siglo XVIII, pasando por el investigador Francisco J. Giles en 1971 y terminando en los años 80 con el estudio de los historiadores R. del Cerro, F. Martínez y J.Porres. Pero me van a permitir hablarles de otro tipo de estudio, un estudio ilusionante que mantiene vivo lo poco que queda de la presencia del monumento:

El amor y apego por la tierra; el sentir de lo propio que te hace de dónde naces; la historia social, esa historia que pasa de generación dejando su huella. Todo esto se palpa en la población toledana de Urda. 

Uno de los arcos que ha llegado hasta nuestros días


Ejemplo de apego a la tierra, Clemente Fernández, no sucumbió a la llamada de la ciudad y trabaja sus tierras: viñas y olivos, con la esperanza de que las cosas mejoren y dejar un buen porvenir a sus dos hijos. Conduce el todo terreno con la maestría del que conoce cada palmo de terruño, y mientras rellena con combustible las bombas de agua que quitan las sed a las plantas, va señalándome los restos de todo aquello que el viajero busca y pocas veces logra encontrar. Aquí, la placa homenaje de tres ejecutados en la Guerra Civil Española corona un altillo a su paso por el camino; acullá, el esqueleto de un puente romano, que resiste estoicamente apoyado sobre el margen seco del arroyo a los pies del Castillo, mientras el ganado vacuno espanta moscas…Todo un ir y venir de curiosidades, fuera de las guías de turismo.

Nos apeamos en una era y cruzamos el campo seco de cardos espinosos, dirección a los restos de una vivienda caída por el paso del tiempo y el olvido de sus moradores—Sus hijos marcharon a Madrid y no quisieron saber.

—¡Ahí lo tienes! Eso es lo que queda de lo que hicieron los romanos para llevar el agua—Me revela orgulloso Clemente.

Observo parte de los pocos arcos del acueducto que quedan, estupefacto, contrariado al ver el estado en el que se encuentra el monumento, y sobre todo ¡maravillado! imaginando la multiplicidad de circunstancias que se han dado durante tantos años, para que el acueducto quedase de este modo tan singular, camuflado y a salvo de la destrucción. Ya nada queda de los 40 arcos que se contabilizaban en pie en el siglo XVIII, tan solo estos 7 supervivientes, emparedados como en los tétricos relatos de Edgar Alan Poe, encerrados entre ladrillo y mampostería de principios de siglo XX.

Vista desde el exterior del uno de los arcos.


Después de las fotografías de rigor, incluida la de Clemente en uno de los arcos (cosa que me costó conseguir), volvemos a Urda, a la hospedería de 1906 La Casa del Médico (una villa al puro estilo toledano y mimada por sus propietarios) donde he estado hospedado los tres últimos días. Mientras recojo a toda prisa, pienso en la importancia de que personas como Clemente estén al paso de los viajeros, lo importante de que mantengan nuestra historia social.

La Mancha, sin lugar a dudas, tiene la esencia de lo que fue pensado y de lo que fue escrito. 

¡Larga vida al acueducto!

Sic Transit Gloria Mundi 



Pedro J. Villanueva es politólogo, divulgador histórico y escritor. Acaba de lanzar su novela "El festival de la cosecha" una novela que trata sobre la mayor matanza de civiles en Europa; en un solo día. Campo de Concentración de Majdanek; 18.000 fusilados, durante la Segunda Guerra Mundial.
Si quereis saber más sobre la novela pinchar sobre la imagen.







sábado, 18 de diciembre de 2021

SATURNALIA. LA FIESTA ROMANA POR EXCELENCIA

Una colaboración de Iván La Cioppa 

El 17 de diciembre comenzaba en la antigua Roma unas festividades que quizás se pueden considerar como las más importantes del año: hablamos de las Saturnales, que se celebraban en honor a Saturno, padre de Júpiter, dios de la agricultura y la abundancia. Según la tradición, después de ser destronado por su hijo, Saturno se cobijó en la región de Lazio, con el dios Jano. Aquí fundó un nuevo reinado con el que inició la Edad de Oro. Para algunos, sin embargo, este reino estaba ubicado en las Islas Benditas, identificadas con Canarias. Durante este período no había diferencias sociales, ni guerras, ni crímenes. Todos vivían felices y la tierra daba sus frutos sin ser cultivada. Entre los romanos era común la creencia de que, en invierno, Saturno abandonaba el inframundo y deambulaba por la tierra desesperado porque no podía bendecir los campos, cuando estaban sin cultivar por el frío.


La liturgía de las Saturnales servía precisamente para ganar el favor del dios y animarlo a volver a su lugar para revivir la tierra en primavera. De hecho, las Saturnales no eran más que una recreación del mítico reino de Saturno. De hecho, solo durante esta festividad los esclavos eran considerados como hombres libres y se sentaban a la mesa de sus señores que a menudo los servían. Como muestra de esta igualdad “por un día”, todos se vestían con la “synthesis”, una prenda que daba mayor libertad de movimiento, y el “pileus”, un gorro símbolo de libertad. Os sorprenderá saber que incluso hoy en día se usa una versión puntiaguda de ese gorro en algunas fiestas. Mientras tanto, la pantomima continúa con la elección de uno de los esclavos como "Princeps saturnalicus" una especie de rey de la fiesta y caricatura de la clase dominante.



Se le vestía con ropas de colores vivos y se le llevaba en procesión por las calles, adornadas con guirnaldas y festones. En todas partes se instalaban banquetes, espectáculos, mercadillos. La gente jugaba y se lo pasaba bien, repitiendo la frase "Io Saturnalia" para propiciar la buena suerte. Otra tradición era el intercambio de regalos llamados "strenne", del nombre de Strenia, diosa de la abundancia y de la buena suerte. 

Otra peculiaridad era la suspensión de todas las actividades bélicas, laborales y judiciales. Incluso el funeral y el duelo se posponían porque el sufrimiento y la tristeza habrían arruinado todos esos actos propiciatorios de alegría y diversión. Solo una vez se renunció a esta prohibición, y fue cuando murió Germánico, uno de los más grandes generales romanos y sobrino de Tiberio. Como prueba del gran cariño que le tenía el pueblo romano, los funerales se celebraron como de costumbre.


 Las Saturnales también se celebraban en el ejército. En las fortalezas, de hecho, los soldados llanos se equiparaban a los oficiales y comían en la misma mesa. Con la llegada del cristianismo, el nacimiento de Cristo se situó precisamente en este período, siendo estos días, tradicionalmente, los más importantes del año. Al principio las Saturnales y las Navidades coexistían pero, con el declive de la religión antigua, sólo la segunda quedó en el calendario, heredando muchas de las características de la fiesta pagana, como la abstención del trabajo, los adornos de las calles y de los hogares y el intercambio de regalos. Así que ahora ya sabes, si quieres ganarte el favor del dios Saturno con un bonito regalo, regálate y regala a tus seres queridos una gran novela histórica como "La legión vino del mar"!



miércoles, 1 de diciembre de 2021

LOS ROMANOS Y EL ACEITE DE OLIVA. UNA HISTORIA DE AMOR

 Una colaboración de Iván La Cioppa para Historia y Roma Antigua.

Al principio de mi novela histórica "La legión que vino del mar", descubriréis que el padre del protagonista Cayo Flavio Áquila es un vendedor de aceite, actividad que años atrás lo había llevado, junto a su progenitor, a visitar Mogontiacum, donde se alistó en la Legio I Adiutrix. Muy interesante y curioso fue para mí el estudio de este alimento que, en la antigua Roma, se consideraba de fundamental importancia. El olivo siempre ha sido considerado como muy querido por los dioses y el propio Heracles blandía una rama con la que hacía brotar otras plantas de olivo. Para los romanos, la producción de aceite de oliva era tan importante que muchos escritores ilustres se ocuparon del proceso y de sus cualidades en sus obras. Entre los más famosos podemos recordar a Plinio el Viejo, Catón el Censor y Columela. 

En esta ilustración se pueden observar tres sistemas distintos de prensar el aceite en la Antigüedad.

Dependiendo de varios factores, había diferentes calidades de aceite: desde el más preciado (Oleum ex albis ulivis), obtenido de aceitunas aún no maduras, hasta el más ordinario (Oleum caducum), extraído de aceitunas recogidas del suelo y ya maduras. Sin embargo, el aceite tenía un defecto importante: se estropeaba rápidamente y por esa razón los romanos preferían conservar las aceitunas y producir el aceite cuando se iba a consumir. La importancia del aceite también se refleja en el hecho de la existencia de un profesional para negociar su venta, el negotiator oleareus. Y en tiempos de guerra, los que poseían más de 2500 metros cuadrados de olivar estaban exentos del reclutamiento. Ni siquiera en estado de emergencia se permitía suspender la producción.

También es sorprendente que solo una pequeña parte del aceite consumido por los romanos era para uso alimentario. La otra parte se utilizaba para el cuidado e higiene del cuerpo, cosmética, iluminación, rituales sagrados y medicinas. Los deportistas, por ejemplo, solían rociar sus cuerpos con aceite para protegerse del sol e hidratar la piel. Después del entrenamiento, con el estrígil se quitaban la capa de aceite, polvo y sudor, y esta mezcla no se desechaba, sino que se guardaba en un frasco para uso medicinal. Esta pomada y otras similares, siempre a base de aceite de oliva, se utilizaban para curar heridas, úlceras, cólicos y fiebre.


Los legionarios también utilizaban mucho aceite, más que los ciudadanos comunes. De hecho, lo usaban como aliño, para la conservación de alimentos y para defenderse tanto del frío como del sol: se extendían una capa de aceite sobre la piel, y servía de aislante, pues defendía de los rayos del sol y también mantenía el calor cuando la temperatura era muy baja. Al respecto, Tito Livio cuenta que durante la Segunda Guerra Púnica, hubo una gran batalla en el río Trebbia, en diciembre, en pleno invierno; el frío era insoportable y entre otros factores, los cartagineses ganaron precisamente porque se habían rociado el cuerpo con aceite y esto los había mantenido calientes en comparación con los romanos que, al no utilizar aún esa técnica, padecieron mucho más tan bajas temperaturas.

Se calcula que un legionario romano consumía, en promedio, medio litro de aceite al día, una cantidad considerable. No obstante, los ciudadanos de a pie también consumían bastante: unos 55 litros al año. Una cantidad elevada en comparación con nuestro presente. Pronto Roma ya no pudo satisfacer solo con la producción italiana las necesidades de aceite de ciudadanos y soldados así que permitió el cultivo del olivo también fuera de su península. El propio César impuso la entrega de suministros de aceite a los pueblos conquistados. Con gran sorpresa se descubrió que la Bética era ideal para la elaboración de un aceite de excelente calidad. Testimonio de ello es el Monte Testaccio, en Roma, formado en gran parte de fragmentos de ánforas de aceite procedentes de la Bética. Después de la caída del imperio en Occidente, se siguió produciendo aceite en esa zona. También los musulmanes comprendieron su potencial, llegando hasta nuestros días su producción y consumo.

Foto del Monte Testaccio

Reminiscencias del estrecho vínculo entre el aceite de oliva y la historia romana perduran hasta nuestros días, por ejemplo en un aceite especial producido en el valle del Po, relacionado con un legionario romano. Se llamaba Caio Vettonio Massimo y luchó en las guerras marcomanas lideradas por Marco Aurelio. Se dice que, al retirarse, recibió unos terrenos al pie del Monte Grappa, destinados a olivares. Sorprenderá descubrir que hoy en día se sigue produciendo aceite en esa zona de olivares y que en sus terrenos se encontró , aún intacto su sarcófago.
El sepulcro de Caio Vettonio Massimo 

La importancia del llamado "oro verde" entre los romanos puede resumirse en una cita del «De re rustica» de Columela: "Entre todos los árboles, el primero es el olivo".

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